Colombia es un país con una abundante mezcla de costumbres, de ritos y mitos, de sabores y colores, de penas, tristezas y alegrías. De tradiciones que sí, duele decirlo, se han ido perdiendo.
Pero todavía están quienes se la guerrean por mantener vivas sus raíces, pese a que estos son tiempos difíciles.
La región del litoral Pacífico, en el noroccidente del país, es el sitio en que la chirimía va y viene, y suena por la piel.
“La chirimía es un conjunto musical representativo de la costa norte, integrado por tambora, platillo, clarinete y bombardino, y se constituye la expresión musical más auténtica de esta zona norte del Pacífico colombiano”, cuenta el profesor e historiador Cesar Córdoba
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Aunque no hay ni un centímetro de pavimento en el barrio, sí hay mucha y bastante camaradería. En los sectores pobres de Quibdó brotan por montones talentosos músicos, en sitios como La Cumbancha. Sin lujos ni mayores pretensiones, se hace escuela y los músicos veteranos traspasan sus conocimientos a los más jóvenes como manda la tradición. Y no solo eso, la música cumple con otro papel, igual o más importante.
“Tenemos muchísimos jóvenes, niños, adolescentes, que están concentrados y trabajan principalmente a través del arte como esa herramienta de transformación social y que están resistiendo desde sus prácticas y que bailan por la vida, pero que más allá de algo corporal también conectan su espíritu”, manifiesta Karina Agudelo, coordinadora de cultura de Quibdó.
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Cuando no es la chirimía es el baile o la danza urbana la que en barrios pobres evita que los jóvenes sanos y talentosos caigan en la absurda lógica de la guerra de pandillas, droga y muerte.
Porque en Chocó, para ser claros, la gente estudia y se gradúa en distintas profesiones, pero el título de artista viene incorporado en el ADN, o simplemente se perfecciona con el tiempo.
“Cuando llegaban los grupos armados, sacaban el grupo musical, y con el grupo musical les estaban diciendo a ellos que no querían violencia, sino que querían la paz”, dice Córdoba.
Quibdó no deja de sorprender por la riqueza y diversidad de sus tradiciones.
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Más que en otras partes se libra una silenciosa batalla contra la incesante y apabullante dizque civilización. Walter Martínez, músico y profesor, recorre en su moto las calles polvorientas para enseñar y transmitir costumbres como la de fabricar las auténticas tamboras de la chirimía, lejos del patrocinio y apoyo estatal, en una labor tan admirable como quijotesca: mantener viva la tradición.
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