Siempre se dice que hablar de política o religión pone en riesgo la convivencia en la familia y en la sociedad. Sin embargo, los dos temas son parte inherente y vital de la vida de la gente y por esa razón pretender no hablar de esos asuntos es prácticamente imposible. Alejandra Giraldo nos muestra dos escenarios donde se dan las rupturas familiares y sociales, que van desde los problemas en la casa, en la escuela y en la universidad, hasta las diferencias en los escenarios laborales y en el mundo de las redes sociales. Dos historias para reflexionar sobre la diversidad.
Obvio que yo desde niño lo sabía, pero tenía un papá detrás, un pueblo, unos amigos, todos con su novia, todos con su novio y se me olvidó el tema o traté de olvidarme del tema. Yo en el fondo lo sabía, Aleja, que uno no se hace, uno nace gay. Alejandro Puerta
Fui una niña que se hizo una lipoescultura a los 17 años. Pero eso no es lo más horrible de todo, sino que la deseaba desde los 10 años, y la pedía de Navidad y de cumpleaños, para poder vivir y habitar el mundo tenía que tener otro cuerpo urgentemente. Manuela Ruiz
En un universo donde la diversidad prima, vivimos en sociedades donde esa misma diversidad se convierte en motivo de señalamientos y hasta de discriminación.
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“El ser humano rechaza por miedo a lo que no puede controlar, genera miedo, y esto está relacionado por el otro lado con la confianza. La confianza y el miedo funcionan por las mismas vías, pero de manera diferente: o confío o temo, o temo o confío. Entonces cuando no confío porque no puedo controlar, genero temor y empiezo a ver a todo lo diferente como enemigo, y quiero destruir, luego quiero volverlo parte mía, pero son dos errores porque la diferencia hace que crezcamos. En la naturaleza todo es diferente. Lo vemos en todas las especies hay unas que nadan, otras que vuelan, otras que reptan, otras que caminan, si todo fuera igual sería caótico”, dice el psicólogo Santiago Rojas.
¿Cuándo y por qué la diferencia y la diversidad se convirtieron en un blanco de ataque?
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“Eso es una construcción social pero no tiene sentido en la naturaleza. Un animalito por ejemplo nos ama siendo gordos, flacos, de cualquier tipo de género, raza, o característica o cultura”, agrega Rojas.
Y desde ese primer momento de la formación y la construcción del ser humano se alimenta una realidad a blanco y negro, y se perpetuán los modelos que llevan a personas como Jorge, que sienten que no encajan en ellos, a vivir en modo automático: el deber ser era tener una novia y, cumpliendo la regla, pues eso fue lo que hizo por 12 años.
“Y un día me pregunté: ¿yo por qué no soy feliz, a mí qué me hace falta? si yo soy un buen hijo, juicioso, trabajador, estudio superbién. Nos sentamos a hablar y le dije: yo no sé si usted es mi hermana, mi novia, mi amiga, yo siento que no puedo tocarla y me dijo Jorge, yo también”, relata Alejandro.
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Y se liberó de un primer piano a cuestas y se perdió del mundo que lo conocía para encontrarse a sí mismo. Se fue de su pueblo natal a vivir a Medellín, y durante cinco años no regresó al lugar donde nació y creció.
“Quería saber si era o no era cierto. Si era una moda, si era un momento de una noche, si era placer, diversión. Pero entendí que no era eso, que era que estaba en mí, nació en mí. No lo descubrí a tiempo, pero estaba en mí”, relata.
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Y empecé a trabajar y sufría demasiado, sufría por mis papás. La familia se convierte en el principal núcleo de discriminación y en el que uno se siente mucho más presionado, pero es por falta de educación”, indica el hombre.
“Lo primero es saber que nosotros necesitamos de la autoestima, que es la valoración justa de quienes somos. Esa valoración justa requiere de dos cosas fundamentales, saber a dónde puedo llegar y dónde no me puedo pasar. O sea, yo no puedo pretender ser lo que no soy. Pero sí puedo desarrollar lo que soy, de la mejor manera”, agrega Rojas.
Y tras encontrarse y encontrar el amor, Jorge decidió desarrollar lo que realmente era y de la mejor manera.
“Yo ya trabajaba en Grupo Nutresa, Nacional de Chocolates, el sueño también de mis papás de que yo tuviera una posición en el agro, proyectos trabajando con ingenieros agrónomos, de botas, en campo que es mi pasión. Y esa noche les dije: ‘Papás, Alejandro no tiene novia, Alejandro tiene un novio’”, cuenta el ingeniero.
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“La reacción de mi papá no fue la mejor. Yo estaba preparado para una reacción difícil y sabía que me tenía que regresar a mi casa. Sin embargo, desde ese momento no tuve a mi papá durante tres años más o menos. La relación se fracturó. Y, bueno, entendí que quería gozar de felicidad, quería gozar de tranquilidad. Sabía que es lo que yo soy era primero, mi tranquilidad, mi felicidad, y que no le estaba haciendo mal a nadie”, indica.
“Lo que no podemos es dejar que la opinión de los demás determine cómo yo me siento. Este espacio de vida donde yo habito que tiene mente y cuerpo, debo definir cómo tiene que funcionar, y para eso tengo que empezar por la aceptación de mí mismo”, indica Rojas.
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Y aunque ahora vivía más livianito, el costo de ser y pensar diferente le tenía una factura pendiente a Alejandro.
“Después de eso empecé con unas arritmias, empecé a sufrir del corazón y empezó el tratamiento. Mi mamá superpendiente de mí y un día deciden operarme, me ponen un marcapasos, mi papá se entera de que me operan y cuando desperté de la cirugía al lado mío estaba era mi papá, porque simplemente soy su hijo. En ese momento un papá que buscaba mi perdón y los hijos no tenemos que perdonar a los papás simplemente son nuestros papás. Y desde ese día es otro papá, otra familia, una persona que me admira, que me acompaña”, explica el ingeniero.
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Y se construye de nuevo la estructura familiar pero basada en el respeto.
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Respeto. Un valor que por un poco más de 30 años buscó Alejandro para poder tener la tranquilidad de vivir siendo quien es.
Casi el mismo tiempo que le tomó a Manuela hacer lo mismo.
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“Me autorreconozco como una mujer gorda hace aproximadamente unos 5 años, de 30 que tengo. Entonces pasé 25 años en una negación, porque con la gordofobia que es una fobia que está muy extendida y es una invisibilidad maltrata a las personas que tenemos cuerpos gordos”, dice Manuela.
Gorda o gordo, una palabra que no debería ir más de ser lo que es: un adjetivo calificativo como rubia, alto, pelinegro, blanca o morena. Pero se convirtió en un insulto, en una forma de descalificar, de segregar, de humillar a una persona.
“Que cuando te vayas a montar a un bus te dé mucho miedo de no caber en la registradora. Eso es algo que por ejemplo a una persona de talla regular nunca le ha pasado, entonces no lo dimensiona. Habitar un cuerpo gordo en una sociedad gordofóbica supone un estrés constante. Todo el tiempo”, explica la joven.
“¿Luchaste por ser delgada? Toda la vida, mucho, mucho. Yo desde muy chiquita, más o menos desde los 11 años, empecé a tomar pastillas para adelgazar. Y a los 17 que me gradué del colegio, les dije a mis papás: yo no soy capaz de entrar a la universidad con el cuerpo que tengo; ustedes verán: o me quedo en la casa, o me dan la lipo”.
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La discriminación y el matoneo es un fenómeno con un impacto absolutamente trascendental en la sociedad. No sólo por las secuelas sicológicas que deja en los individuos que la padecen, es un problema que trasciende hasta lo económico: muchas personas se desescolarizan y así disminuye su capacidad laboral productiva, su capacidad de progreso.
“Tú no sabes lo que me paso en mi primera entrevista laboral. Llegué con mi mejor cara, mi mejor sonrisa: ¡doctor como está y no sé qué!, y él me dice: ‘Querida, contanos, ¿vos por qué estás tan gorda? Y yo le dije: ‘no es que yo disfruto mucho comer’, y él me dijo: ¿cuánto pesas tú? Le dije como 90 kilos, y él me dijo: aquí sacrificamos los cerdos de 70 kilos. A partir de ahí yo nunca busqué trabajo. Los trabajos que han llegado a mí es porque el universo me ama mucho, porque yo nunca quise volver a presentar una entrevista laboral”, agrega la activista,
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Y pasó lo inevitable, Manuela se operó y pensó que con la lipo no solo desaparecerían los rollitos, sino también los rechazos, las burlas, y el matoneo, y llegaría la autoaceptación.
“Y ahí hay uno de los grandes aprendizajes de mi vida y es que una autoimagen corporal negativa no se opera”, dice.
Y no tuvo otra opción que acallar las voces que venían de afuera y la descalificaban por ser diversa y comenzó un camino de enfocarse en el interior: conocerse, amarse, cuidarse, respetarse y aceptarse.
Y como el universo la quiere tanto, le mandó las pasarelas a Manuela para que visibilizara los cuerpos diversos. Manuela fue la protagonista del primer desfile de mujeres de tallas grandes que se hizo en la feria de moda más importante de Latinoamérica: Colombiamoda. Y sacando el pecho y mostrando curvas ilumina el camino de las mujeres que, como ella, una vez quisieron estar en la sombra.
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Y eso es el activismo gordo: un mensaje de amor propio, pero también de trasformación social.
“Respetar sería lo ideal en la naturaleza humana, que respetáramos que el otro fuera diferente, pero llegaríamos mucho más lejos si aceptáramos la diferencia y la valoramos como esencial para la vida, no para la supervivencia, sino para la vida con calidad”, reflexiona Santiago Rojas.
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Alejandro hoy trabaja en una de las empresas más grandes de Colombia y creó en su interior el comité de diversidad e inclusión y dicta una charla que lleva por nombre ‘Me permito ser, me cumplo".
Se casó y la boda fue un sueño y, por supuesto, su papá lo acompañó.
Manuela creó una línea de ropa deportiva para mujeres gordas, una que no incomode y les alimente la fuerza y las ganas.
Ser mejores como individuos y como sociedad, ese sería el mejor de los propósitos para el 2022. Que las diversidades no pesen, ni nos dividan. Que nos reencontremos, que el respeto sea el protagonista, como dijo Santiago Rojas, no para sobrevivir, sino vivir y con calidad de vida.