Bajo el cielo plomizo del litoral Pacífico se dan permanentes luchas de resistencia. Allí están los hijos de la selva, las montañas y las aguas. Son los awá.
"Ahora nosotros tenemos que tener cuidado, los árboles todos, los ríos, nada de echar veneno, para que haya peces limpios, si los contaminamos se dañan, si tumbamos estos árboles los animales se van lejos donde hay pepas", dice Antonio Pascal, mayor awá.
El pueblo awá está forjado sobre la narrativa oral de sus mayores. Son guardianes de sus territorios y así han pervivido.
“Antiguamente ha sido muy de tranquilidad, no ha habido ningún reclutamiento de los jóvenes y ahora es muy difícil”, explica Eduardo Canticus, awá del resguardo El gran sábalo, en Tumaco.
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Floriberto Canticus es el secretario general de la Unipa, la unidad de los cabildos indigenas awá en el sur del país.
Son 22 mil habitantes asentados en las poblaciones de Barbacoas, Ricaurte, Samaniego. Zona fronteriza sur, declarada como zona roja de alto impacto.
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“Desde este punto por la trocha estamos a 10 horas de camino. Existe esa comunidad, nací y crecí allí y a los dos años tuve que salir de esa comunidad a esta que se llama Previo El verde", explica el líder.
Canticus conoció la violencia contra su pueblo al tiempo que aprendía a caminar. Y desde que tuvo uso de razón supo que sus padres tenían que defender la tierra de los grupos armados dominantes hasta hoy.
"En el andar del tiempo he tenido que atender varias adversidades con de los grupos armados. Cuando se han tenido que atender casos de homicidio, casos de desaparición. He tenido que actuar pero con la palabra, es decir incidir con la palabra para que hechos violentos no vuelvan a ocurrir”, dice el líder awá.
Una palabra que no ha sido respetada por los grupos en su guerra por el dominio territorial y el tráfico ilegal. Actos de crueldad suprema, de los cuales Canticus lleva la cuenta.
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"Se nos presentó 5 homicidios pertenecientes a la comunidad El gran sábalo, a la cual representé por 4 años, pero si hablamos del pueblo awá desde el 2020 a lo que va del 2021 llevamos 47 homicidios”, relata.
El pueblo awá ha sufrido el confinamiento, sus territorios están plagados de minas y en cualquier momento en su andar terminan siendo detonados o abusados.
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“Las mujeres igual han sido víctimas en ocasiones en temas de violencia sexual, los niños también han sido víctimas de reclutamiento forzado. La desarmonización ha sido a diario, es una situación de homicidio sistemático, exterminio, del pueblo awá", indica Floriberto.
Ellos los protectores de su territorio. En la reserva La nutria está el gran tesoro de la montaña, son 369 hectáreas. Es el corazón biodiverso de los awá.
Es el bosque encantado de mil verdes. El joven guía Wilmer Bisbicus habla de 236 especies de aves.
"Dentro de la reserva están dos especies endémicas, son aves, el nombre científico es bancia esguarse y hay otra de la misma especie que se llama bianciarochilde, es un ave de color negro y tiene en el pecho un corazón amarillo. Es una especie muy atractiva”, indica Wilmer.
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La reserva La Nutria es el aula por donde los niños awá caminan de la mano de su maestro mayor, allí conocen y aprenden que ésta es su casa grande.
“Nuestros abuelos, y nuestras abuelas, siempre nos han trasmitido un mensaje muy significativo para el pueblo awá en el andar del tiempo y es el watushan, significa el buen vivir y así mismo andar bonito para la vida, andar bonito para el camino, andar bonito en el territorio”, dice Floriberto.
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En el centro educativo Letaba está el semillero de niños y niñas que aprenden en su lengua los saberes de usos y costumbres.
Con la presencia de su líder, en el gran salón escolar suenan los ritmos tradicionales, los alumnos danzan armónicamente para despedir a los visitantes.
La lección es simple, nacer, crecer para andar bonito y en paz y morir sin renunciar a ser hijos de la selva.
Al otro lado de este maravilloso espejo de agua se encuentra una mujer. Es hija de la violencia, que se trasformó en una líder resistente, y decidió construir un edén, un diminuto paraíso que lleva por nombre Camarón. Una comunidad de sembradores de agua.
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El guía es un joven de 28 años de nombre Nahún, que en hebreo significa "el que da consuelo".
“Esta es mi vida, aquí nací, aquí crecí y esta es mi lucha constante por eso soy quien soy por defender mi territorio. Sinceramente a nosotros nos llegó un conflicto que prácticamente acabó con estos pueblos yo fui víctima de ese conflicto y por eso estoy luchando que no se vuelva a repetir todo lo que sufrieron los campesinos montemarianos por eso soy defensor", cuenta.
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Su pasión por el territorio no es fortuita, es la semilla fértil que sembró la mujer que llevó su mano para que escribiera las primeras letras, la profe Angelina.
Angelina y Camarón, son un mismo mundo feliz. Es un caserío pequeño donde todos son familia. Así lo quiso Angelina, y así lo construyó con los suyos. Y es que Angelina hay solo una para los camaroneros.
“Angelina es una mujer campesina. Es una mujer que ama mucho el amor, mucho la vida, ama mucho al ser humano en cada colombiano, no ve a un colombiano sino a un ser humano, eso es”, dice María Angelina González, lideresa de Camarón.
Angelina es un torrente inagotable de saberes y anécdotas. Cuenta cómo con su gente conoció, hospedó y alimentó a los enemigos que llegaban a su tierra. Un método de desarme efectivo.
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Aunque algunos dolores y perdidas se cuelan en sus recuerdos, como cuando vio el primer muerto en 1997. Era un hombre cercano a su familia.
"A ese señor le desnivelaron los dientes, le desnivelaron toda la cabeza. A mí me tocó acomodarle la chapa, le acomodé los dientes y le acomodé esto con un trapo. Al día siguiente nadie quería sacarlo a enterrar porque se sentía miedo. Entonces yo invité al personal y les dije, que pasaría si el muerto no fuera Naime sino fuera tu hijo, o fuera tu papá, o fuera tu mamá o tu hermano, eso es grave que se lo coman los coleros o los perros”.
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Es una mujer que aprendió y enseñó a perdonar. En su comunidad recibieron a jóvenes desmovilizados que se quisieron quedar y hoy son sus vecinos, a los que reconoce como hermanos.
“Es una relación de igualdad, una relación de hermandad, es una relación de amor, entonces cuando encuentras esos factores en un territorio, tú eres feliz”, agrega Angelina.
Ella es la suma de alegría y lucha sobre dos pilares sociales: la educación y en cuidado del medio ambiente. En Camarón se aplica la cartilla ecológica de Angelina.
“El agua para mi es vida, por medio del agua tenemos salud, tenemos alimentos, tenemos paz y tenemos de todo”, indica.
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Observando el comportamiento de la naturaleza, descubrió la importancia del árbol del caracolí.
“Yo decía que el caracolí tenía una magia, porque siempre yo me daba cuenta que las nubes venían donde él y se condensaban, se preñaba y a cada rato se formaba el sereno”.
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El territorio es bosque tropical seco, todo un reto para esta la comunidad de campesina, donde el verano se prolonga y es inclemente.
“Las arroceras, los palmeros aprovechan el agua, se exceden con la cantidad que aprovechan, sin tener en cuenta que el agua es el medio de transporte paras las personas que vivimos acá arriba. Por eso nos hemos dado cuenta que si nosotros protegemos las fuentes hídrica acá que son los que surten esas represas vamos a tener ganancia. Ahí esta la insistencia de nosotros de proteger las aguas subterráneas, lo que llamamos ojos de agua”, explica la lideresa.
Ojos de agua, nacimientos estudiados que contienen un 90% de agua potable que mitigan la sed de los labriegos.
Ella muestra los ojos de agua que cuidan con esmero, esas fuentes naturales de montaña que son su bendición.