Año tras año, las cifras sobre áreas cultivadas con coca y los resultados en la lucha antidrogas arrojan la misma conclusión: nadie gana y el único perdedor es el más débil de la cadena, el campesino que muchas veces no tiene otra forma de sustento.
Esa realidad la retrata con lujo de detalles Wade Davis, un antropólogo y etnobotánico canadiense que lleva gran parte de su vida investigando sobre la coca, una mata que tiene en el pueblo indígena a su defensor ancestral.
“La coke (coca) es como el puente entre el mundo en que vivimos y el mundo de los espíritus”, asegura Davis.
Concepto que comparte Humberto Yaiguaje, médico ancestral del pueblo Coreguaje, quien señala que “la hoja de coca nos transmite el conocimiento y saber espiritual”.
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“Coke no es como café, no es como cacao, chocolate, es mucho más que eso. Tiene más de 8.000 años, una planta sagrada en cualquier sitio del mundo, desde Bolivia hasta Colombia… Tiene más calcio que cualquier otra planta que conocemos”, manifiesta el antropólogo.
Wade Davis considera que la guerra contra las drogas no nace de una preocupación por el consumo, sino producto de la política.
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“En pocos años, la cocaína pasó de ser como el estimulante más benéfico conocido por el hombre, el tónico predilecto de presidentes y papas, a ser percibida como una maldición moderna, la causa y la encarnación de todos los problemas sociales”, explica.
Después de 50 años de haber declarado la guerra contra las drogas, el resultado solo tiene un nombre: fracaso.
“Hoy día, hay más personas en más sitios utilizando peores drogas, de peores maneras que en cualquier momento de la historia”, comenta Davis.
Mientras los pueblos indígenas luchan contra los estigmas y mantienen viva la milenaria tradición de la coca, Colombia paga caro el precio de una guerra sin fin.
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“Para mí, la cocaína es muerte, es sangre, siete millones de desplazados en Colombia, cinco millones de colombianos que tuvieron que salir de su país, 400.000 niños muertos, la cocaína es tumbar el monte, los bosques del Chiribiquete, es un veneno, pero al mismo tiempo la guerra es un fracaso”.
Sostiene que “los norteamericanos quieren eliminar una cosecha que sus compatriotas están utilizando” como cocaína.
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“Quitar la coca es matar la gente, matar la cultura, matar la civilización, matar todo”, apunta el antropólogo y etnobotánico canadiense.
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