Casi un año después de su último partido, de un mal gesto en uno de los fondos de la pista Rod Laver Arena, la central del Melburne Park, en el Abierto de Australia, con el estadounidense Mackenzie McDonald como rival, Rafael Nadal anuncia, por fin, después de especulaciones, teorías y augurios, que volverá a jugar.
Avisa Nadal que regresa casi siete meses después de sobrecoger al deporte español y de sobresaltar al circuito profesional con el anuncio en su academia de Manacor de que no llegaba a tiempo de disputar Roland Garros; y de avisar que el 2024 sería su última temporada en ejercicio.
Ahora, semanas después de afinar su recuperación y con las sensaciones positivas necesarias para intentar volver a competir a alto nivel, el balear, ganador de veintidós Grand Slam, está dispuesto a intentarlo, a irrumpir en la cancha y a sentirse jugador.
A sus 37 años, con la temporada clausurada, perdida, una vez echado el cierre a las Finales ATP, el torneo de Maestros de cada temporada donde era un habitual y del que ha formado parte en once ediciones sin el éxito esperado y con las secuelas aún frescas del éxito de Italia en las Finales de la Copa Davis donde no estuvo España, el mejor deportista español de siempre hace borrón y cuenta nueva en puertas de un 2024 esperanzador.
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Está preparado. Amparado por la prudencia en cada uno de sus movimientos y por la experiencia que le ha proporcionado paulatinamente su trayectoria, Nadal apunta el próximo curso, año olímpico, con nuevos retos, en medio de la dictadura incuestionable impuesta por la voracidad de Novak Djokovic y por una prometedora generación que, salvo la excepción de Carlos Alcaraz, parece aún tierna, incapaz de dar el salto definitivo y de desplazar al serbio de su lugar.
Acude Rafael Nadal a socorrer a los nostálgicos estancados en aquél tiempo pasado que siempre fue mejor; a la añoranza de aquellos duelos intensos con el tenista de Belgrado. Desafíos inciertos, sin vencedor claro, con opción para cualquiera. Nada que ver con el desequilibrio actual, donde casi ninguno de las talentosas raquetas, plagadas de futuro, amenaza con seriedad al balcánico. Llega el balear con el anhelo del seguidor de interponerse en el dominio del actual número uno y con la ilusión desempolvar, gozar y revivir el regreso de unos clásicos inolvidables.
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El tiempo pasa pero pocas cosas cambian en el tour, en los grandes torneos, en manos de los de siempre de los referentes eternos. Y ahí pretende volver a entrar Rafael Nadal. Ahí tiene su sitio.
Vuelve Nadal que apunta al torneo de Brisbane como el inicio del 2024 para el momento de saltar a la pista. Meses de recuperación, semanas de entrenamiento, de puesta a punto. Pretende cerrar el paréntesis del 2023 y redondear el círculo. Se bajó de la competición en el Abierto de Australia. Y ahí pretende llegar a tono para volver a competir.
El mallorquín tan solo ha podido disputar cuatro partidos este curso que ya se marcha, repartidos entre la United Cup y el Grand Slam de Melbourne con un saldo de una victoria y tres derrotas.
Atrás ha quedado ese mal gesto en la pista de Australia y ese dolor con el que jugó desde la mitad del segundo set, cuando sintió un pinchazo en la pierna izquierda, en un movimiento lateral. Aguantó como pudo; rehúsa siempre el abandono y jugó de mala manera hasta el final.
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Llegaron después las pruebas y el diagnóstico: una lesión en el psoas ilíaco de la pierna izquierda. La ausencia estaba prevista para seis u ocho semanas con un tratamiento conservador. Fijó el retorno a las pistas para la temporada de tierra, para Roland Garros.
Pero nada salió como pensaba Nadal y su equipo que dilataba cada semana su reaparición. Entonces cortó por lo sano el balear. Convocó a los medios y ese 18 de mayo anunció su baja de Roland Garros y del resto de la temporada. Y más aún: su retirada de la competición en el 2024.
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Semanas después, comunicó que había sido intervenido quirúrgicamente de la dolencia. Volvía a empezar. Un contratiempo más en una carrera tan exitosa como accidentada. Con tantos títulos como dolencias. Con sonrisas y con lamentos. Con la duda de hasta dónde hubiera podido a llegar con menos percances.
Hace más de un mes que Rafael Nadal se dejó ver raqueta en mano, en pista, a buen ritmo. El director del Abierto de Australia Craig Tiley anunció que el balear estará en el primer grande del próximo curso. Pero el jugador lo desmintió. Estaba mejor pero aún sentía dolor. Y no quería imponer fecha alguna.
Los avances han sido evidentes en los últimos días y la sensación ha ido a mejor. Nadal vuelve. Anuncia que será en Brisbane, donde cerrará el círculo, donde volverá a competir. Casi un año después de su marcha en el Abierto de Australia donde volverá a formar parte de su carte.
Apunta a un año plagado de alicientes. Al intento de ganar otros Grand Slam. De superar los veintidós, de inquietar el absolutismo de Djokovic. Con el reto olímpico de nuevo en el horizonte. En París, sobre tierra, en Roland Garros. Un colofón perfecto para una carrera sinigual.
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