Nadie conoce a un hijo mejor que su madre. Aneke Rune acompaña al suyo desde niño por los torneos de todo el mundo, convertida en un apoyo esencial para el tenista que ha roto la hegemonía en este Roland Garros para colarse, a sus 19 años, entre los ocho mejores del torneo.
El danés Holger Rune es, si se sigue el retrato que traza su madre, un apasionado del tenis, un obseso de este deporte hasta el punto de perder la cabeza por todo lo que implica: "Vive una historia de amor con el tenis".
A sus 19 años, será el jugador de peor ránking que busque alcanzar las semifinales. También el de peor pasado en Grand Slam y el que tiene un palmarés más raquítico. Pese a todo, el danés lleva años llamando la atención de los observadores, tanto por la fuerza de su tenis como por su personalidad. Solo piensa en tenis. Solo vive para el tenis.
Nacido el 29 de abril de 2003 en Gentofte, el joven Holger veía a su hermana mayor golpear bolas, aunque él se dedicaba más al fútbol. Hasta que un día lo intentó, empuñó la raqueta y comenzó la historia de amor.
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Aneke Rune cuenta que su hijo busca siempre la perfección, pero lo hace por pasión. Desde que el tenis se cruzó en su vida, el niño no ha parado de buscar la progresión, en busca de la perfección.
La anécdota la cuenta su madre. A los 7 años quedó segundo en un torneo y, pese a todo, rechazó recoger el trofeo.
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Enfadado, llegó a su casa y arrancó todos los pósters que colgaba de su habitación de Rafa Nadal, que entonces era número 2 del mundo, y los cambió por otros de Roger Federer, que era número 1. Cambió de raqueta, de camisetas, de todo lo que no le recordara al suizo. "Acepta ser segundo", le dijo su madre. "No y no", respondió el muchacho.
PUPILO DE MOURATOGLOU
En 2016, Rune se trasladó al sur de Francia para formarse en la academia de Patrick Mouratoglou, el histórico entrenador de Serena Williams, entre otros muchos.
Su obsesión para entonces ya estaba clara, destronara a la generación que dominaba el tenis durante décadas. Para conseguirlo, el danés desarrolla una auténtica rutina de trabajo, cien por cien pensando en la raqueta.
De nuevo su madre cuenta: "Cuando le decíamos que se tomara un día libre nos respondía: '¿Por qué? ¿He hecho algo malo?'".
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Rune progresó deprisa. Empezó a ganar torneos y en 2019 se alzó con Roland Garros júnior. Al año siguiente se lanzó al circuito profesional y en 2021 logró superar la previa del Abierto de Estados Unidos, lo que le permitió jugar su primera ronda contra el serbio Novak Djokovic, número 1 del mundo.
El danés, aguerrido, arrebató un set al serbio en su primera experiencia entre los grandes. En la siguiente cita, el Abierto de Australia de principios de año, entró por ránking, pero cayó frente al surcoreano Soonwoo Kwon en cinco sets.
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Meses más tarde alzaba su primer trofeo ATP en Múnich, tras derrotar en el camino al alemán Alexander Zverev, tercera raqueta del mundo.
Semifinalista en Lyon una semana antes de llegar a Roland Garros, Rune ha sufrido una eclosión sobre la tierra batida francesa, su superficie favorita y su torneo preferido.
Derrotó en primera ronda al canadiense Denis Shapovalov, decimocuarto favorito, al suizo Henri Laaksonen en segunda, al francés Hugo Gaston en tercera y al griego Stefanos Tsitsipas en octavos.
La victoria contra el griego le lleva a otra dimensión. Es el cuarto del mundo, finalista de la pasada edición y uno de los candidatos al título.
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Ahora se medirá al noruego Casper Ruud, otro escandinavo, que a sus 23 años también debuta en unos cuartos de final de un grande. Pero un reputado especialista sobre arcilla, donde esta temporada ha jugado las semifinales de Roma y alzado el título en Ginebra.