Se calcula que hay unos 50 mil ciudadanos de ese país en el Eje Cafetero. Aunque las fincas requieren su mano de obra, muchos renuncian y se van a las ciudades.
Entrado el amanecer, Eduard y sus compañeros de odisea comienzan a recoger los granos. Él es ingeniero agropecuario y tecnólogo en Ciencias Agrícolas, padre de dos hijos y el único que le ayuda a su madre enferma.
“Muchas veces he llorado cogiendo café porque mi ilusión era otra, ganarme el dinero tal vez sentado en la oficina, ejerciendo como profesional. Pero todo sea por ellos porque estén bien”, dice.
En el grupo hay ingenieros, abogados, técnicos y estudiantes que han aprendido a querer el campo. Algunos de ellos son hijos de campesinos en su natal Venezuela.
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Los caficultores han designado personas para que les enseñen a estos inmigrantes venezolanos a recolectar el grano, pero muchos no cumplen con la cuota. Por llenar un balde se pagan 400 pesos.
Para los cafeteros en esta zona del país la mano de obra de los venezolanos era una esperanza, pero los cafetales siguen llenos de maleza y mucho café se está perdiendo porque no hay quién lo recoja. Muchos migrantes que estaban en estas zonas se han ido a la ciudad generando un problema de espacio público y de vendedores informales.
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“De cada 10 venezolanos que llegan a estos 14 municipios de Risaralda, 3 se están quedando en las fincas”, dice Luis Miguel Ramírez, representante de la Federación de Cafeteros.
Román Marcano era transportador en Venezuela, pero tuvo que abandonar el bus de su propiedad porque no encontró repuestos para repararlo.
Al llegar al Eje Cafetero encontró trabajo en una finca, pero lo dejó y desde hace tres meses no consigue más trabajo.
“En sí es un trabajo difícil si uno no es diestro y en verdad es difícil recoger café”, señala Román.
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La mayoría de los migrantes venezolanos llegan a la casa de Germán Bermúdez, presidente de la Asociación del Migrante Venezolano, quien asegura que de muchas fincas cafeteras lo buscan para encontrar recolectores, que es donde más se encuentran las ofertas laborales.
“Yo creo que Risaralda ya estamos llegando a unos 20. 000 aproximadamente. Todos los días siguen llegando lo que pasa es que los venezolanos no saben coger café”, dice Bermúdez.
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En una cifra aún no determinada, mujeres que no pudieron dedicarse a esta actividad están realizando otras actividades que preocupan a la Personería.
“Vemos con preocupación como algunas se han dedicado al trabajo sexual pero sobre todo las menores de edad sumado es problemática que tiene la ciudad”, dice Lorena Cárdenas, personera de Pereira.
Según el presidente de la Asociación de Alcaldes de Risaralda, los trabajadores informales venezolanos están generando problemas de espacio público e inseguridad.
Sin embargo hay quienes se resisten. En medio de cafetales, Eduard agradece contar con un trabajo para sobrevivir y enviar dinero a su familia que lo espera, asegura, cuando la situación en Venezuela cambie.
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