Era una mañana de Jueves Santo como la de todos los años. La capital de Cauca se preparaba para los oficios religiosos que la han hecho reconocida en América Latina. Algunos, los más devotos, asistían ya a las iglesias para dar inicio a los ritos de la semana mayor.
A las 8:15 a.m. la tierra tembló y con ella la fe misma. Un terremoto de 5,5 grados en la escala de Richter que duró 18 interminables segundos produjo destrucción y pánico. Los instantes del movimiento telúrico no fueron lo peor de la tragedia. Pronto verían los payaneses que su ‘ciudad blanca', la noble y culta, había sufrido un enorme grado de destrucción.
En instantes varias de las construcciones, algunas de ellas erigidas en tiempos de la colonia, se vinieron al piso. Las edificaciones más modernas tampoco resistieron la fuerza de la naturaleza. Las casas más humildes y las de los más adinerados se vieron afectadas por igual. Las tragedias no discriminan.
La cúpula de la catedral de la ciudad cayó sobre 90 personas que habían madrugado para la misa de mañana. Las pistas de aterrizaje del aeropuerto y la torre de control se vieron afectadas y barrios enteros colapsaron. Ni siquiera los muertos se salvaron. Las bóvedas del cementerio se abrieron y cuerpos y restos quedaron descubiertos.
En total, murieron 380 personas, unas 2.000 quedaron heridas y más de 10.000 sin techo. La ciudad duró dos días sin suministro de agua o energía eléctrica. Un 40% del casco urbano fue arrasado.
En los días siguientes, se sintieron varias réplicas y el temor era evidente. Muchos tuvieron que dormir en improvisadas carpas o a la intemperie. Lo peor aún no había pasado.
Tan pronto se conoció la noticia grupos de rescate llegaron a la ciudad y los pueblos cercanos para prestar ayuda, pero la dimensión era tal que desbordaba la capacidad de los equipos que se desplazaron desde Cali, Bogotá y demás regiones del país.
Pronto, varios países se solidarizaron con Colombia y enviaron ayuda, equipos humanos y maquinaria para las labores de rescate y reconstrucción.
El dolor de los payaneses no era solo el de la destrucción y muerte sino el de que hubiese sucedido en plena Semana Santa destruyendo sus templos y lugares históricos, para ellos sagrados. No en vano Popayán también es llamada la ‘Jerusalén de América' por sus tradicionales procesiones religiosas.
Sacudiéndose el sufrimiento y con la ayuda del Estado, Gobiernos extranjeros y entidades nacionales e internacionales, Popayán volvió a renacer de las cenizas.
Se repararon casas, se edificaron barrios y escuelas, se reconstruyeron los lugares históricos y los templos. Unos cinco años, en otros casos más, duró la titánica labor.
Hoy en día, la ciudad de Popayán sigue brillando por su historia, tradición y religiosidad.
El centro histórico es atractivo turístico y sus procesiones han sido declaradas Patrimonio Cultural e Inmaterial de la Humanidad por la Unesco.
Pese a ello, cada Jueves Santo los payaneses recuerdan ese 31 de marzo de 1983 que marcó para siempre la historia de la ciudad.
Updated: marzo 31, 2013 10:27 a. m.