Nació en la ciudad de México el 21 de febrero de 1929, cuando Francisco Gómez Linares y Elsa Bolaños Cacho, como él mismo contó, “me fabricaron”.
Sin embargo, enfrentó la pérdida de su padre, un pintor reconocido de la época, a la edad de seis años.
“No volvió nunca, pero yo quería que volviera”, dijo el actor al lamentar que su progenitor solo dejara “deudas a granel”.
Amante del fútbol, al que entre bromas decía que era “aburrido porque lo único que sabía hacer era meter y meter goles”, y líder de una pandilla de barrio llamada Los Aracuanes a principio de los años cuarenta, Gómez Bolaños encontró el camino hacia su vocación a la edad de 22 años.
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Empezó escribiendo comerciales y luego para dos cómicos de los años cincuenta, Viruta y Capulina, en programas de radio que luego fueron llevados a la pantalla chica. Allí descubrió otra de sus aptitudes, la actuación.
Sus 1,60 metros de estatura combinados con su gran talento lo hicieron merecedor de su sobrenombre, Chespirito, que le fue dado por el director de cine Agustín P. Delgado en 1958, tras su debut en el cine con Los Legionarios.
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Graciela Fernández, su primera esposa, recuerda que Delgado le dijo “tú eres el pequeño Shakespeare”.
“Empezaron a decirme ‘Shakespirito’ y lo castellanicé”, confesó el mismo Gómez Bolaños.
Tras más de una década de trabajar junto a Capulina descubrió que no quería escribir y actuar para nadie más, y así fue que su talento le dio la oportunidad de protagonizar su primera serie para televisión, El ciudadano Gómez, que no tuvo el éxito de los programas que le siguieron.
Sus creaciones
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El primer personaje que creó Chespirito fue el Dr. Chapatín, un anciano que hacía parte de La Mesa Cuadrada, donde intervenían otros actores que acompañarían al cómico en futuros proyectos, como Ramón Valdez, María Antonieta de las Nieves y Rubén Aguirre.
Empezó como un segmento para otro programa, pero debido a su popularidad logró un espacio propio semanal.
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Fue en ese mismo año, 1968, cuando surgió una de las caracterizaciones con las que trascendió las fronteras, el Chapulín Colorado, que era una forma de enfrentar el miedo que el mismo Gómez Bolaños reconoció sufrir desde niño.
“El valor no consiste en carecer de miedo, sino de superar el miedo. Y el Chapulín Colorado lo hacía consciente de que era pequeño, tonto, débil, torpe. Pero con todas esas deficiencias, pero sobre todo el miedo que lo demostraba a cada rato, se enfrentaba al problema, ese es un héroe”. Así describió Chespirito al hombre de mallas rojas y antenitas de vinil.
La fuerza del Chapulín, según dicen algunos, no estaba en su chipote chillón, en su chicharra paralizadora o en sus pastillas de chiquitolina, sino en la capacidad de hacer reír a los niños que crecieron viendo al primer y tal vez único héroe latinoamericano.
Tres años después, en 1971, nació El Chavo del 8, un niño pobre y noble que era feliz a pesar de todo lo que le faltaba, un hogar, comida, juguetes, afirmó su creador.
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El Chavo, que hizo del mundo su “bonita vecindad”, lleva más de 40 años al aire pese a que dejó de ser grabado hace casi dos décadas. Además ha sido visto en más de 90 países y doblado a 50 idiomas.
La madre de Gómez Bolaños, sin embargo, nunca llegó a conocer a estos dos personajes, pues falleció antes por un cáncer de páncreas.
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Chespirito también creó otros personajes como Chaparrón Bonaparte, un loco de remate; el Chómpiras, un ladrón que años después se reformó, y Vicente Chambón, un periodista torpe del diario La Chicharra.
El éxito de su programa fue tal que tuvo que emprender giras por Latinoamérica, una de las razones por las que su matrimonio de 23 años con Graciela Fernández, con quien tuvo seis hijos (Paulina, Graciela, Teresita, Cecilia, Marcela y Roberto), terminó.
Poco tiempo después se hizo pública la relación que sostenía con una de las coestrellas de su programa, Florinda Meza, con quien se casó el 19 de noviembre de 2004.
A los 66 años les dijo adiós a sus personajes de televisión, pero sorprendió al mundo con su talento a través del cine, el teatro y la literatura.
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Una de sus películas más recordadas y que batió récord en taquillas fue El chanfle, un utilero del equipo de fútbol mexicano América, que, como otros personajes, se caracterizó por su torpeza y nobleza.
En 11 y 12, Chespirito realizó una de sus últimas actuaciones, una obra de teatro escrita por él y de la que hizo más de 3.200 representaciones.
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A lo largo de su carrera no solo robó sonrisas, sino también lágrimas con su humor reflexivo que sigue cautivando a niños y grandes, y aunque él pensara que no, el mundo siempre contó con su astucia.
En uno de los más grandes homenajes que recibió en vida, “América celebra a Chespirito”, del que hicieron parte varios países, el actor reconoció estar “cansado” por haber cumplido años, “¡son muchos!”.
“Yo que iba tan tranquilo acercándome al final de mi vida terrenal, de pronto dudo y vacilo. ¿Es verdad que no hay asilo para el alma? ¿Que morir es dejar de existir? ¿Es decir que la existencia no tiene la trascendencia que me dejaron intuir? ¡No, eso no por favor! Yo, con mi libre albedrío, me atrevo a decir, Dios mío, que debe haber un error. Y perdóname Señor si con eso te incomodó. Sin embargo, de algún modo, te lo tengo que decir. No me vayas a salir con que aquí se acaba todo”, solía recitar Gómez Bolaños.
Estas líneas son pocas para describir muchos más logros del hombre que deja a varias generaciones un legado de humor, humildad y lecciones de vida a través de frases que se han fundido en las raíces de la sociedad.
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“Gracias por hacerme feliz, gracias por creer en nosotros los niños”, le dijo una de las mujeres que creció con las historias del Chavo.