Noticias Caracol logró llegar hasta los resguardos de las riberas del río Jiguamiandó. Los grupos armados los tienen confinados y el Estado los olvida.
Álvaro Freddy Acevedo, periodista de Noticias Caracol, llegó a lo más profundo del norte de Chocó. Este es su relato:
Los controles del Ejército son estrictos en las afueras de Belén de Bajirá, pero cuando se cruza el río Curvaradó el panorama cambia.
Nos vamos adentrando al corazón del conflicto armado en el norte del Chocó. Este letrero nos advierte que la guerrilla está cerca y este otro, más adelante, que sus enemigos los paramilitares no ceden.
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Una carretera polvorienta nos conduce a Nueva Esperanza, lugar exclusivo de población. Prohibido el ingreso de actores armados.
Es el primer espacio humanitario de la zona. Aquí, la comunidad le dijo no a la guerra.
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“Acá tenemos la oportunidad de defender nuestro territorio, nuestra cultura. Vivir con más confianza para sobrevivir dentro del territorio”, dice Benjamín Sierra, representante de zona humanitaria.
Las mujeres de la comunidad nos conducen al cementerio, donde reposa la más reciente víctima de los grupos armados.
“El motivo de haberlos traído aquí hasta el cementerio es para que ustedes se enteren de lo que está pasando acá”, dicen
No dan la cara porque sienten temor, pero son claras en sus denuncias.
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“El muchacho salió a meter y mire que lo asesinaron sin decirle por qué y la comunidad somos ignorantes de por qué lo asesinaron”, explican.
No es fácil avanzar por estas vías olvidadas del Estado. El camino nos lleva al río Jiguamiandó, allí nos espera la guardia indígena.
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Tampoco es fácil el desplazamiento por el río por donde se mueven las comunidades. Las aguas claras del río Jiguamiandó finalmemte nos llevan a la comunidad de Alto Guayabal.
Aquí también ondea la bandera blanca de la paz, la misma que no respetan los grupos armados.
“Ellos mandaron a decir que los indígenas no se podían mover por ningún lado hasta nueva orden”, explica Dilio Bailarín, secretario del cabildo mayor.
Por eso las comunidades están confinadas en sus propios territorios. En un recorrido, Dilio nos mostró una dolorosa evidencia: a la población más vulnerable la rondan las enfermedades.
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“Las enfermedades han cobrado la vida de ocho menores de edad en los últimos cuatro meses, como lo ha confirmado la Defensoría del Pueblo. Ancianos y adultos también están afectados”, denuncia.
“Es delicado estar enfermo y ojalá llegué un médico del mundo o lo que necesitamos nosotros”, explica Ana Milena Bailarín, habitante de la comunidad.
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No pueden salir porque las amenazas no son sólo palabras.
Este es el límite del resguardo Urada Jiguamiandó de la comunidad Alto Guayabal, hay una convención que colocaron los grupos armados donde advierten a toda la comunidad que no pueden seguro este camino porque hay un campo minado.
Al no tener la posibilidad de cazar o pescar viven una grave emergencia alimentaria.
“Por eso estamos aguantando hambre porque no tenemos como salir y entrar para tomar el alimento para nuestros hijos”, dice el líder indígena.
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Y como si fuera poco, el resguardo recibió a cuarenta y cuatro familias desplazadas que llegaron hace un mes huyendo de los combates entre guerrilleros y paramilitares.
En medio de la emergencia humanitaria, de las angustias por la falta de alimento y la vida misma, ellos aún no pierden la esperanza.
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Sólo quieren vivir en paz y armonía en sus territorios ancestrales para asegurarles un futuro a estos niños.
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