Han pasado 39 años desde que la avalancha provocada por la erupción del Nevado del Ruiz sepultó la ciudad de Armero en 1985, dejando tras de sí más de 25.000 vidas perdidas y una población arrasada. Sin embargo, la tragedia no ha logrado borrar la identidad de los armeritas, quienes cada año se dan cita en el pueblo y en sus alrededores para recordar a los que ya no están y reafirmar su vínculo con la tierra que los vio nacer.
Este año, como cada 13 de noviembre, la memoria de Armero se mantiene viva en la voz de sus sobrevivientes. Aunque el día de la conmemoración cayó en mitad de la semana, cientos de personas, entre armeritas, tolimenses y visitantes de otras partes del país, se reunieron para rendir homenaje a un pueblo que ya no existe físicamente, pero cuya historia sigue viva en los corazones de aquellos que lograron vivir.
La avalancha de lodo y escombros arrasó con todo a su paso, dejando una estela de muerte y destrucción que borró del mapa lo que antes era un símbolo de prosperidad en la región. Casi cuatro décadas después, las voces de aquellos que lograron sobrevivir se siguen escuchando, buscando que la memoria de la tragedia no se apague.
Armero, la tierra que vio nacer a toda una comunidad
Libardo Osorio, quien vivió los horrores de esa noche fatídica, ha hecho del 13 de noviembre una cita inquebrantable. A pesar del paso de los años, no hay lugar ni momento en que el recuerdo de su pueblo no lo acompañe. "Esto le toca a cada familia, incentivar a los hijos, a los nietos, para que tengan el apego a una tierra que nos vio nacer, que nos dio vida, donde estudiamos y nos criamos", explicó a Noticias Caracol en vivo con una calma que solo el tiempo puede traer. El pueblo que dejó atrás ya no existe físicamente, pero él continúa visitando el lugar cada año, como una forma de rendir homenaje a los que perecieron, pero también para asegurarse de que el espíritu de Armero no muera.
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Las conversaciones entre los sobrevivientes de la tragedia siguen centradas en los recuerdos de la ciudad que desapareció en una noche. Jairo Trujillo, otro de los sobrevivientes, compartió cómo la vida en Armero era tranquila y próspera antes de la catástrofe. "Muchos amigos, muchos lugares inolvidables como donde trabajaba. Se nos fue todo y quedamos a la misericordia de Dios", dijo Trujillo con una mezcla de tristeza y resignación.
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Pero la memoria de Armero no es solo una cuestión de pérdida. También es un testimonio de la capacidad de los sobrevivientes para levantarse de las cenizas y seguir adelante. Los relatos de cómo cada uno logró salvarse, ya sea por un milagro, por la intervención de un vecino o por el simple azar, se repiten año tras año en cada encuentro.
Parque en memoria de Armero
Con el paso del tiempo, los sobrevivientes también han visto los esfuerzos por mantener viva la memoria del desastre, como la reciente iniciativa del gobierno del Tolima para construir el Parque Jardín de la Vida. Este lugar, con una inversión inicial de 600 millones de pesos, busca rendir homenaje a los 25.000 fallecidos y asegurar que la historia de Armero no se desvanezca con el paso del tiempo. Según Alexander Castro, Secretario de Cultura del Tolima, el parque es un intento por preservar una memoria "que ya no está en los mapas, pero que sigue latente en la memoria de los armeritas y de todos los colombianos".
La iniciativa cuenta con el respaldo del Gobierno Nacional para llevar a cabo la creación de un museo a cielo abierto que permita a las nuevas generaciones conocer la magnitud de la tragedia y la resiliencia de quienes sobrevivieron. Además, uno de los símbolos más representativos de la tragedia, la cúpula de la iglesia de San Lorenzo, que fue arrastrada kilómetros por la avalancha, se conserva en el mismo lugar donde se encontraba la iglesia original. Este monumento es, para muchos, un recordatorio tangible de lo que Armero fue y de lo que nunca debe olvidarse.
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Antes de la tragedia, Armero era un lugar lleno de vida. Con alrededor de 40.000 habitantes, el municipio se destacaba por su actividad agrícola y su infraestructura sencilla pero acogedora. Los residentes disfrutaban de un entorno familiar y una economía próspera basada en la agricultura. Las calles de Armero eran un reflejo de una comunidad unida, cuyo ritmo de vida estaba marcado por las estaciones del campo.
A partir de septiembre de 1985, el volcán Nevado del Ruiz comenzó a dar señales de alarma: emisiones de ceniza, aumento de temperatura y pequeños estallidos. Sin embargo, las advertencias no fueron tomadas en cuenta a tiempo. El 13 de noviembre, el volcán entró en erupción a las 9:29 p.m. y, con ello, se desató una avalancha de lodo, agua, piedras y escombros que descendió rápidamente por los ríos Lagunilla, Chinchiná y Gualí. A las 11:30 p.m., Armero fue completamente sepultada por una capa de 350 millones de metros cúbicos de material volcánico.
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El lugar donde ocurrió la tragedia está abandonado
Tras el desastre, la comunidad internacional envío ayuda humanitaria, pero la reconstrucción de Armero fue una tarea monumental. Si bien se intentó reubicar a los sobrevivientes, muchos de ellos terminaron en condiciones precarias en otras ciudades y el pueblo original fue completamente abandonado. En el sitio donde alguna vez se erguía la vibrante comunidad agrícola de Armero, se levantó un camposanto, con monumentos y placas conmemorativas en honor a las víctimas. Este espacio se ha convertido en un lugar de peregrinaje para aquellos que buscan recordar y rendir homenaje a los que perdieron la vida.
Hoy, Armero-Guayabal, el nuevo municipio levantado a unos kilómetros del lugar original, lleva adelante el legado de los sobrevivientes. Aunque la reconstrucción ha avanzado, la región sigue enfrentando retos económicos y sociales. La agricultura, que antes era el motor de la economía, no ha logrado recuperar su antiguo esplendor, y muchos de los pobladores siguen luchando por una vida digna. Sin embargo, la memoria de lo sucedido en 1985 sigue viva, y la tragedia del pueblo es un recordatorio de la importancia de escuchar las señales de la naturaleza y actuar a tiempo ante las alertas.
La tragedia sin precedentes ocurrió en horas de la noche y las primeras luces del día dejaban ver la dimensión del desastre que sacudió a Armero, solo se veía una inmensa capa de lodo. Días antes de la tragedia, expertos habían advertido el peligro de un posible deshielo que provocaría una avalancha. El silencio en el lugar del desastre era absoluto, hasta el canto de los pájaros se escuchaba triste, los tractores eran los únicos vehículos que se aventuraban a viajar en esa marea de lodo caliente para rescatar a vivos y muertos.
La confusión era total, pese a las imágenes, el país aún no digería semejante catástrofe, comprender que una población tan densa ya no existía y que había sido borrada del mapa no era fácil. Ese trágico día de noviembre, fue difícil asimilar que debajo de una llanura de lodo estaba Armero, el municipio más rico del norte del Tolima.