La Fundación Instintos, en Medellín, crea y repara el tejido social usando como vehículos a perros callejeros, sin hogar o de difícil adoptabilidad. Los animales son resocializados y entrenados para servir a mujeres, hombres, abuelos y niños que han sido vulnerados o requieren terapia asistida.
Es fácil pensar en perros que nacen y son criados con el propósito de ser perros de asistencia, pero ¿puede imaginarse a un perro maltratado, abandonado y hasta con problemas de conducta cumpliendo este rol? Pues ese el mayor mérito de los animales de la Fundación Instintos.
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Perros callejeros o de difícil adoptabilidad, casi que destinados a pasar el resto de su vida en un refugio, son acogidos y entrenados para servir a la sociedad como perritos de terapia asistida. Sus entrenadores, ellos también son muy especiales.
“Son jóvenes del sistema de responsabilidad penal para adolescentes. También trabajamos con jóvenes vulnerables, mujeres vulnerables. En los jóvenes que también han sido vulnerados podemos encontrar muy fácil ese punto para despertar la empatía. Lulu era agresiva, no le gustaba la sociedad, había tenido experiencias malas cuando era una cachorra y cuando les empiezo a contar eso empiezan a decir yo hago lo que sea para cambiar ese perro”, cuenta Sara Jaramillo, creadora de la Fundación Instintos.
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“Fue una experiencia muy valiosa, donde aprendí cosas muy importantes para la vida. Aprendí amor, paciencia respeto, compromiso”, dice Norberto Chavarría, beneficiario de la fundación.
Probablemente la realidad inmediata de todos estos jóvenes recluidos, o en entornos vulnerables no cambie de inmediato, pero aprenden un nuevo quehacer que les ofrece alterativas y, sobre todo, se convierten en protectores de animales a donde quiera que vayan. Entretanto los perritos, después de su entrenamiento, que toma entre cuatro y seis meses, están listos para regalar sonrisas a otros actores de este círculo de bienestar.
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“Nuestra institución es una institución geriátrica donde tenemos una población de adultos mayores con un deterioro cognitivo y la experiencia que tuvimos, la primera fue hace aproximadamente cuatro años cuando una de las integrantes de la fundación fue con su perro, hizo un trabajo hermosísimo”, manifiesta María Pineda Dulfay, directora de hogar de adulto mayor.
“Logramos también hacer un intercambio generacional, normalmente los jóvenes trabajan con esos adultos mayores que también han sido vulnerados y ya ahí no solamente la magia es el perro, es el joven, la historia del abuelo, la historia del joven, se crean y se tejen historias muy bonitas”, asegura Jaramillo.
“Encontramos que aquellos adultos mayores que ya están en una situación donde aparentemente están como desconectados de la realidad por su mismo deterioro tuvieron unas emociones y una reacción frente al estímulo con los animalitos y fue algo muy emocionante”, dice Pineda.
El contacto con los animales, la textura de su pelo, el calor de su cuerpo genera bienestar y lo hace a través de la producción de hormonas como la serotonina, que produce satisfacción y relajación, y la oxitocina, la hormona del amor.
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“Por último trabajamos con jóvenes o chicos con discapacidad cognitiva que sus movimientos son a veces más complejos, sus emociones hay veces son más difíciles de controlar”, explica Jaramillo.
“La importancia de generar vínculos entre la población con discapacidad intelectual y la población animal de la Fundación Instintos radica en generar lazos de compañía y amistad, disminuir niveles de ansiedad, soledad y depresión que en este marco de la pandemia han sido tan frecuentes en la población”, señala Alejandro Agudelo, sicólogo de la Fundación Crear Unidos.
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La pandemia, un momento tan retador para la humanidad, y ahí sí que cumplieron un rol importante los perritos de la Fundación Instintos. Ellos ya habían hecho terapias emocionales a pacientes de unidades oncológicas, pero esta vez los beneficiados fueron otros: el personal de la salud.
“Nos ha traído también mucha tranquilidad y fortaleza y más en este año largo que han sido momentos tan difíciles, nos han ayudado a canalizar todo este estrés y frustración que hemos sufrido durante este tiempo”, afirma Luis Andrés Otálvaro, médico de la Clínica Medellín.
“No tengo palabras para expresarte lo que se siente a través de un animal o a través de tu pasión agradecerle a ese personal médico que todos los días da la vida por nosotros”, subraya Sara.
Pero después de llevar tanto bienestar, ¿qué pasa con esos perros? Pues el círculo virtuoso se cierra cuando la Fundación Instintos logra ubicarlos en una familia.
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“No son solo perros de terapia, son perros y como perros necesitan un hogar”, indica Jaramillo.
En tres años han entrenado a 30 perros, los 30 perros han encontrado familias y nunca han tenido una devolución y es que quién no quisiera tener un héroe de estos en casa.
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Trasformar la vida ayudando a sanar a personas y animales, eso es construir tejido social incluyente, donde todos se vean beneficiados y donde los animales tengan un lugar donde los respeten, cuiden y valoren.
“Nunca había trabajado con una persona, nunca me había preguntado por las necesidades de un adulto mayor, nunca me había preguntado por las batallas que tiene un joven en un centro penitenciario, pero un perro me abrió todo eso, entonces para mí es mi maestro”, puntualiza Sara Jaramillo.