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Novena de Navidad día 5: oraciones, gozos y villancicos para este 20 de diciembre
El día 5 de la novena de Navidad se centra en la reflexión sobre la sumisión y obediencia del Niño Jesús a Dios desde el seno de su madre, la Virgen María.
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La novena de Navidad o novena de aguinaldos se lleva a cabo durante los nueve días previos a la Navidad, del 16 al 24 de diciembre, y tiene como objetivo preparar espiritualmente a los fieles para la celebración del nacimiento de Jesús. Se trata de una oportunidad para la reflexión, la oración y la unión familiar, y se caracteriza por la recitación de oraciones específicas, la lectura de reflexiones diarias y el canto de villancicos y gozos.
La novena de Navidad tiene sus raíces en el siglo XVIII, cuando el sacerdote ecuatoriano Fray Fernando de Jesús Larrea redactó los textos originales de las oraciones. Esta tradición fue adoptada y adaptada en Colombia, donde se ha convertido en una parte esencial de las celebraciones navideñas. Durante la novena, las familias se reúnen en sus hogares, parroquias o comunidades para rezar y cantar juntos, creando un ambiente de alegría y espiritualidad.
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Cada día de la novena incluye una serie de oraciones que se repiten diariamente, así como una reflexión específica para cada jornada. Las oraciones diarias suelen comenzar con una invocación a Dios, seguida de la oración a la Virgen María y la oración a San José. Además, se recitan los gozos, que son estrofas poéticas que expresan el anhelo y la alegría por la llegada del Niño Jesús. Los gozos se cantan con entusiasmo y son acompañados por instrumentos musicales como panderetas y guitarras.
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Bendición inicial: En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.Oración para todos los días
Benignísimo Dios de infinita caridad, que tanto amasteis a los hombres, que les disteis en vuestro Hijo la prenda de vuestro amor, para que hecho hombre en las entrañas de una Virgen naciese en un pesebre para nuestra salud y remedio; yo, en nombre de todos los mortales, os doy infinitas gracias por tan soberano beneficio. En retorno de él os ofrezco la pobreza, humildad y demás virtudes de vuestro Hijo humanado, suplicándoos por sus divinos méritos, por las incomodidades en que nació y por las tiernas lágrimas que derramó en el pesebre, que dispongáis nuestros corazones con humildad profunda, con amor encendido, con tal desprecio de todo lo terreno, para que Jesús recién nacido tenga en ellos su cuna y more eternamente. Amén.
(Se reza tres veces Gloria al Padre).
Ya hemos visto la vida que llevaba el Niño Jesús en el seno de su purísima Madre; veamos hoy toda la vida que llevaba también María durante el mismo espacio de tiempo. Necesidad hoy de que no tengamos en ella si queremos comprender, en cuanto es posible a nuestra limitada capacidad, los sublimes misterios de la encarnación y el modo como hemos de corresponder a ellos.
María no cesaba de aspirar por el momento en que gozaría de esa visión beatífica terrestre; la faz de Dios encarnado. Estaba a punto de ver aquella faz humana que debía iluminar el cielo durante toda la eternidad, Iba a leer el amor filial en aquellos mismos ojos cuyos rayos deberían esparcir para siempre la felicidad en millones de elegidos. Iba a ver aquel rostro todos los días, a todas horas, cada instante, durante muchos años.
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Iba a verle en la ignorancia aparente de la infancia, en los encantos particulares de la juventud y en la serenidad reflexiva de la edad madura. Haría todo lo que quisiese de aquella faz divina; podría estrecharla contra la suya con toda la libertad del amor materno; cubrir de besos los labios que deberían pronunciar la sentencia a todos los hombres; contemplarla a su gusto durante su sueño o despierta, hasta que la hubiese aprendido de memoria… ¡Cuán ardientemente deseaba ese día!
Tal era la expectativa de María. Era inaudita en sí misma, más no por eso dejaba de ser el tipo magnífico de toda la vida cristiana. No nos contentemos con admirar a Jesús residiendo en María, sino por esencia, potencia y presencia.
Sí, Jesús nace continuamente en nosotros y de nosotros, por las buenas obras que nos hace capaces de cumplir y por nuestra cooperación a la gracia; de manera que el alma del que se halla en gracia es un seno perpetuo de María, un Belén interior sin fin. Después de la comunión, Jesús habita en nosotros, durante algunos instantes, real y sustancialmente como Dios y como hombre, porque el mismo Niño que estaba en María está también en el Santísimo Sacramento. ¿Qué es todo esto, sino una participación de la vida de María durante esos maravillosos meses, y una expectativa llena de delicias como la suya?Oración a la Santísima Virgen
Soberana María, que por vuestras grandes virtudes y especialmente por vuestra humildad, merecisteis que todo un Dios os escogiese por madre suya, os suplico que vos misma preparéis y dispongáis mi alma y la de todos los que en este tiempo hiciesen esta novena, para el nacimiento espiritual de vuestro adorado Hijo. ¡Oh dulcísima Madre!, comunicadme algo del profundo recogimiento y divina ternura con que lo aguardasteis vos, para que nos hagáis menos indignos de verle, amarle y adorarle por toda la eternidad. Amén.
(Se reza nueve veces el Ave María)
Oración a San José
¡Oh Santísimo José, esposo de María y padre adoptivo de Jesús! Infinitas gracias doy a Dios porque os escogió para tan altos ministerios y os adornó con todos los dones proporcionados a tan excelente grandeza. Os ruego, por el amor que tuvisteis al Divino Niño, me abraséis en fervorosos deseos de verle y recibirle sacramentalmente, mientras en su divina esencia le veo y le gozo en el cielo. Amén.
(Se reza el Padre Nuestro)
(Se reza un Ave María y un Gloria a Dios).
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Gozos para todos los días
Dulce Jesús mío, mi niño adorado ¡Ven a nuestras almas! ¡Ven no tardes tanto!
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)
Acordaos, ¡oh dulcísimo Niño Jesús!, que dijisteis a la venerable Margarita del Santísimo Sacramento, y en persona suya a todos vuestros devotos, estas palabras tan consoladoras para nuestra pobre humanidad agobiada y doliente: "Todo lo que quieras pedir, pídelo por los méritos de mi infancia y nada te será negado".
Llenos de confianza en vos, oh Jesús, que sois la misma verdad, venimos a exponeros toda nuestra miseria. Ayúdanos a llevar una vida santa, para conseguir una eternidad bienaventurada. Concédenos por los méritos infinitos de vuestra infancia, la gracia de la cual necesitamos tanto. Nos entregamos a vos, ¡Oh Niño omnipotente!, seguros de que no quedará frustrada nuestra esperanza, y de que, en virtud de vuestra divina promesa, acogeréis y despacharéis favorablemente nuestra súplica. Amén.