Miles de habitantes de calle de Medellín también han sufrido por cuenta del coronavirus. Ellos, que viven las inclemencias de la calle, encontraron manos amigas en donde menos lo esperaban.
“Las historias que fuimos conociendo con los habitantes de calle, sobre todo de noche, fueron muy interesantes. Es gente que perdió el rumbo en algún momento, pero queda cierta solidaridad en ellos, cuando no le querían recibir a uno comida, porque ellos ya habían comido y el de al lado no. Es bonito y todavía nos reconocen en la calle”, cuenta Juan Carlos Ramírez, empresario.
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Desde hace 11 años, Juan Carlos y su esposa, Diana, abrieron su restaurante Ítaca en el centro de Medellín para recibir a locales y foráneos. En medio de la pandemia, con recursos propios y donaciones de la comunidad, ayudaron a calmar el hambre de los más necesitados.
“Nosotros nos cubríamos bien, llevábamos todo alcohol, gel, pero no podíamos esperar mucho de alguien que, si no tenía para un tinto, fuera a tener para un tapabocas. Sabíamos que con ellos teníamos que tomar otras medidas”, recuerda Ramírez.
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No saben con exactitud cuántos alimentos han repartido, pero ya han superado las 18 mil sopas, 40 mil almuerzos, 700 mercados, entre otros productos.
“Con la decisión de salir a darles la comida, es una satisfacción, pero también es muy doloroso darse cuenta cuánta gente hay en la calle: jóvenes, mujeres, a veces hasta familias con niños pequeños”, señala Diana González.
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En lo que lleva la pandemia, solo un habitante de calle ha perdido la vida en la capital antioqueña por cuenta del COVID-19. Esta población ha recibido atención integral durante este tiempo de incertidumbre y miedo.
“Hemos tenido una atención que ha ido desde darles todos los insumos para que aprendan a autocuidarse, hasta poderlos aislar cuando han sido sintomáticos”, indica Santiago Preciado, subsecretario técnico de Inclusión Social de Medellín.
A la fecha, ya han sido vacunados más de mil 300 habitantes en situación de calle en Medellín.
Por su parte, Juan Carlos y Diana seguirán siendo unos enamorados del centro, de la comuna 10. Ellos no se cansarán de darle la mano a quien habite este sector.
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“No se necesitan grandes cantidades de dinero, es un poquito soltar lo que haya. Él que tiene la barriga llena, no cree en el hambre ajena. Se puede compartir, podemos ser más solidarios”, afirma Juan Carlos.
Esta pareja alimenta cada día la gran misión de ayudar al prójimo y es consciente de que este viaje de solidaridad emprendido no terminará así el COVID-19 se haya marchado.