Son miles los hijos del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, ICBF, que sueñan con tener un hogar. Algunos lo consiguen, otros no. Sin embargo, hay historias de jóvenes aguerridos a los que la vida les dio una segunda oportunidad y entre ellos se encuentra la actual directora de Protección de la entidad.
Diana Baloy estuvo desde los 11 años en el ICBF. Su mamá iba y volvía, pero un día nunca volvió por ella. A los 18 años recibió una boleta de salida por cumplir la mayoría de edad. Nadie la adoptó, así que salió del instituto a buscarse la vida, pero no fue fácil.
Así se lo contó a Noticias Caracol en 2019: “Yo no quería salir, lo que hacía era cogerme de todo lo que encontraba, de las paredes, eso me sacaban arrastrando, yo gritaba y decía que por favor no me llevaran, que yo sabía que mi mamá iba a regresar. Uno de mis mayores ángeles guardianes es Beatriz Londoño Soto, quien en ese entonces era la directora del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar. Yo le dije ‘doctora, yo la necesito, necesito habar con usted’”.
A un mes de haber salido le dieron la oportunidad de trabajar en la Procuraduría. Diana es abogada y magíster en Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario. Hoy, 18 años después, se convirtió en la directora de Protección del ICBF, en donde asegura le devuelve al instituto todo lo que sembró en ella.
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“Hay muchos niños a los que nosotros de una u otra forma, como Estado, les hemos fallado y esta es una manera de resarcir todo el daño o parte del daño que se les ha hecho y el abandono”, manifestó Diana Baloy.
Y como Diana, hay miles de historias, miles de hijos del ICBF, como es el caso de Jefferson Cifuentes, quien lleva 17 años en Bienestar Familiar. Llegó a los 8 años, víctima de violencia intrafamiliar y con el sueño de ser adoptado y volver a tener una familia, pero ese momento nunca llegó.
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“De chiquito yo me preguntaba '¿por qué a mí?, ¿por qué me pasó esto?'. Pero al día de hoy estoy agradecido, porque eso me ayudó a fortalecerme como persona en cada ámbito de mi vida”, destacó el joven.
Jefferson Cifuentes cada día le pedía a Dios un milagro y este llegó, pero en forma de emprendimiento, pues ahora tiene una agencia de diseño y marketing, una oportunidad que, dice, le cambió la vida.
“Estuve en varios hogares sustitutos en diferentes etapas de mi vida, llegué a dos casas universitarias y en este momento soy diseñador visual digital profesional y estoy haciendo una especialización en Gestión de Proyectos e Innovación, gracias a la oportunidad que el ICBF me ha brindado”, señaló.
A Daniel Felipe Ramírez tampoco lo adoptaron. El joven ingresó al Bienestar Familiar con heridas que, asegura, lo llevaron a cometer errores.
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“Cuándo tenía dos años fui declarado en abandono. A los 14 evadí este programa, no quise estar más en protección, pero pues con el enfoque de salir a una vida delictiva. Cambié todo mi pensamiento y desde ahí incurrí en un delito”, comentó.
Daniel fue detenido y hoy hace parte del programa de responsabilidad penal para adolescentes que, además de permitirle emprender, ha podido resarcir al país.
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“El ICBF nos apoya con un inicio de emprendimiento, en donde nos dieron máquinas de sublimar y como todas las camisas para el estampado y eso. Le estoy devolviendo también a la macrosociedad lo que algún día hice negativo”, dijo.
Hoy Diana, como directora de Protección del ICBF, dice que la meta es transformar el futuro de los niños a los que, según ella, el Estado les falló.
Para Diana Carolina Baloy, en el programa se encuentran soñadores y niños y niñas que han sido vulnerados, pero que de una u otra forma quieren salir adelante, quieren darle a conocer a la familia, al Estado y a la sociedad de qué son capaces y de qué están hechos, que son supremamente resilientes y que pueden hacer un aporte.
Estas historias tienen algo en común, el abandono y el maltrato, pero también una institución que los unió y los volvió no hermanos de sangre, pero sí de vida, el ICBF.
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“El proceso depende de llorar, de levantarse, de recaer, salir adelante y siempre estar presente”, mencionó Daniel Felipe Ramírez.
Más de 55.000 niños, niñas, adolescentes y jóvenes se benefician de este proyecto que les devuelve la fe para creer que los sueños sí se cumplen.