En una vieja casa ubicada en el suroccidente de Bogotá funciona un hogar de cuidado en el que viven varios abuelitos que son atendidos por profesionales. Este hogar tiene algo especial y diferente a los demás, mejor dicho, a alguien. En el fondo de una habitación del segundo piso, ubicado en una camilla, está siempre el paciente más joven de la casa y, curiosamente, el que más atenciones necesita. Tiene apenas 32 años y pasa la mayor parte de su día frente a una tablet.
Se trata de Jhon Anderson Hurtado, un joven que llegó a Bogotá huyendo de la violencia en Buenaventura y quien quedó postrado en una cama a los 19 años. Lleva más de una década viviendo con una cuadriplejia que solo le permite mover su cuello y cabeza, una condición que limitó más del 90% de sus movimientos corporales, pero no sus ganas de vivir.
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A mediados de 2013, tres disparos le cambiaron por completo la vida. Ese pudo haber sido el último día de su existencia, pero en cambio fue el primero de una nueva, una que eligió vivir a través de una tablet, un lápiz y un poco de imaginación.
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Hace cinco meses llegó a esa casa, luego de varios años pasando por clínicas y otras unidades de cuidado, allí cuenta con la ayuda básica que en su caso es necesaria para todos esos actos cotidianos que otros realizamos casi de manera automática. Comparte el cuarto con dos pacientes; es afortunado porque su camilla está al lado de la ventana, aunque la vista es de una pared de ladrillos de la casa de al lado y los últimos días en Bogotá han estado marcados por un cielo gris y fuertes aguaceros.
Me ubico frente a su camilla y me preparo para escuchar su historia, me interesa su infancia, sus motivaciones y la del segundo libro que está por publicar, porque, aunque no le guste denominarse escritor, así es como lo veo. Es que eso es lo más interesante de Jhon, tras más de 10 años de un hecho traumático que pudo arruinarle la vida, él encontró en las letras, las cuales escribe en una tablet con un lápiz ubicado en su boca, una manera de seguir transitando por este mundo.
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Reconoce que está nervioso y me pide ayuda para quitarse el brillo de la cara y humectar los labios, sin saber que todo el que conozca su historia solo puede sentir admiración y un poco de culpa si, en algún momento, no ha valorado los pequeños milagros de cada día. No solo va a lanzar su segundo libro, pronto se va a graduar como psicólogo, pero lo más admirable es que él vive, o mejor, decidió vivir y lo hace con más motivación que muchos que pueden mover todo el cuerpo.
Crecer en Buenaventura
Jhon Anderson repite las preguntas que le hago cuando va a responder y en su rostro se ve que reflexiona, analiza y acude a su memoria para dar la que considera la mejor respuesta. Cuando le menciono su niñez aparece una sonrisa que está cargada de tristeza.
“En la parte más bonita de mis recuerdos en Buenaventura estoy con mis amiguitos corriendo por ahí debajo de la lluvia, armando trampas de cangrejo", así recuerda Jhon lo que era su vida en el puerto, uno de los paraísos terrenales que tiene el Pacífico Colombiano y que, desafortunadamente, es más reconocido por la falta de oportunidades que tienen sus habitantes y la violencia de los grupos criminales. Ambas atraparon la vida de Hurtado siendo apenas un niño.
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Es reacio a hablar de su familia y, entre lo que decide contarme, la define como un núcleo “fragmentado” que lo marcó con resentimiento hasta la adultez y que, gracias a sus estudios en psicología, ahora puede definir como “huellas de abandono”. Sin embargo, detalla que "mi papá era maestro de construcción, trabajaba como electricista. Mi mamá se dedicaba a las cosas de la casa, cuidar el gallinero, se rebuscaba con eso y a veces iba a Pueblo Nuevo a comprar pescado y los vendía en la casa, porque en la casa podía faltar cualquier cosa menos pescado”.
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Con un entorno similar al de Jhon crecen muchos niños en Buenaventura, por eso cree que es muy fácil que varios sigan esos pasos que lo llevaron al consumo de sustancias y a la delincuencia antes de los 13 años. “Es lo que se vive día a día, es el pan de cada día en Buenaventura. Están por ahí los niños jugando y de un momento a otro escuchan el ‘tastaseo’ y todo mundo a correr, pero luego se congregan alrededor de la persona que balearon, haciéndole corrillo al muerto, esas cosas son muy comunes y uno las normaliza”.
Asegura que no era bueno para el estudio porque las distracciones y la búsqueda de diversión solían causarle llamados de atención por su indisciplina. “Recuerdo que era pésimo para la lectura, no me gustaba leer, en el colegio una vez nos colocaron una tarea, teníamos que leer María, una obra de Jorge Isaac, y no pude terminarla, no pude avanzar más allá de la décima o quinta página”.
Un niño sobreviviendo en Bogotá
Desde muy pequeño Jhon Anderson ha sobrevivido, tenía tan solo 13 años cuando lo sacaron del puerto y llegó solo a la inmensa Bogotá. “Para ser tan chiquito tenía problemas muy serios y por todo este tema de ser tan inquieto y de la aventura, empecé a robar, empecé a consumir, allá en el barrio, hasta que me metí con las personas que no debía y tuve que salir o, prácticamente, me tuvieron que sacar mis familiares”. Tal vez uno de los últimos actos de amor que recibió por parte de su familia, quienes estaban "decepcionados" de su comportamiento y decidieron soltarlo a su suerte en la capital.
Se alejó de Buenaventura para salvar su vida y encaminarla, pero el remedio fue peor que la enfermedad. En Bogotá descubrió que esas ‘aventuras’ que vivía en su pueblo natal podían ser más grandes, atractivas y riesgosas. “Se me amplía el abanico de vicios, de travesuras, de aventuras. Ya había incursionado en fumar marihuana, cuando llego acá empiezo a fumar cigarrillo, conozco las discotecas, conozco otras drogas y me vuelvo muy loco. Estuve siete años haciendo y deshaciendo en Bogotá”.
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Para sostenerse consiguió diferentes trabajos en el 7 de agosto, beneficiado de su gran porte, que lo hacía pasar por mayor edad. Hasta que la diversión de la noche y los excesos lo consumieron. “Honestamente yo no creo que tuviera un rumbo claro, simplemente vivía el día a día, no tenía una meta establecida, simplemente disfrutar del momento, esclavo de los placeres inmediatos, pero no tenía ni un sueño, no tenía dirección en el mundo”.
El día de la tragedia
Habían pasado siete años desde que escapó de la muerte en Buenaventura, cuando una vez más se encuentra de frente con el sentimiento de tener los segundos contados. Ese día todavía lo recuerda con detalles y sensaciones que lo hacen volver a sentir desespero, miedo a morir, son evidentes en su voz. Casualmente ese día, como si la nostalgia de su hogar lo alimentara, quiso reencontrarse con los sabores de su casa.
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“Llovía, iba a ser la 1 de la tarde, entré a un restaurante, a una pescadería. Recuerdo exactamente lo que pedí. Un bagre en salsa, principio frijol, arroz, una sopa de sancocho de pescado y un vaso enorme de agua de panela con limón, bien frío. Yo como y me quedo ahí esperando que escampe el aguacero, pasan como cinco minutos y me voy a parchar con unos amigos". Un gesto de advertencia de uno de sus amigos lo incitó a mirar atrás, "no alcanzo a voltear cuando, con el rabillo del ojo, veo que la persona estaba prácticamente halando el gatillo”.
Escuchando su relato de los hechos me percato de que Jhon Anderson Hurtado se aferró a la vida desde que escuchó el primer disparo, el cual iba directo a su cabeza, pero que evitó rápidamente al agacharse. Un segundo disparo le dio en la espalda y fue el tercero el que más lo perjudicó. Fue fulminante, un impacto del que muy pocos saldrían con vida. Le dio en el cuello y afectó su columna, fue el que lo dejó sin la posibilidad de volver a mover sus extremidades.
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“Estuve consciente todo el tiempo, ahí, ahogándome lento, pero a la vez con cierto desespero, estaba muy desesperado, no sabía qué pasaba, quería vomitar. Cuando iba en la camioneta veía un poco de luces. Iba un primo mío, yo recuerdo que iba llorando y tratando de mantenerme despierto". Reitero, Jhon Anderson demostró en cada largo y doloroso segundo de ese día que estaba aferrado a la vida.
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Pasaron horas, días y meses en los que Hurtado despertaba pero no lograba entender qué pasaba con su cuerpo, eso sí, no creía que se trataba de una cuadriplejia. “Ni siquiera sabía qué era una cuadriplejia, en mi mente las personas simplemente quedaban parapléjicas, de la cintura para abajo”. Creía que era cuestión de días para bajar la hinchazón, curar la herida, poder respirar sin ventilador, poder levantarse y salir del hospital. Así vivió los primeros dos años, esperando el día que pudiera salir de ahí, hasta que entendió qué pasaba con su cuerpo.
Aquí hacemos una pausa en la conversación, noto que le cuesta más hablar y parece que tiene la garganta reseca. Jamás me he considerado una persona atenta, pero le pregunto si está bien y le ofrezco agua, él acepta y se ríe, lo que me hace entender que él lo estaba pensando hace varios minutos, pero no me lo había dicho. En su camilla tenía una botella con agua, de la cual toma con un pitillo, obvio, alguien tiene que acercarlo hasta su boca y, ya rompiendo la barrera de la vergüenza, me pide también que le dé una goma del paquete que también tenía ahí. Espero que beba y coma para continuar.
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Encontrar el sentido de la vida
A los dos años de una recuperación con pocos avances y lentos resultados, Hurtado asimila su condición. “Renuncié a mi cuerpo” y, de repente, empieza a ver mejoras. Logra respirar por sí solo y empieza a conocer las oportunidades que podría tener en esta nueva vida a pesar de sus limitaciones. Un ángel, o una buena profesional, fue su apoyo para conseguir su primera tablet, a través de la cual empezó a ver y explorar el mundo de otra forma.
“Conocí a una persona que me dijo: ‘usted puede hacer muchas cosas, aun con las limitaciones que tiene’ y ella fue a la que se le ocurrió la idea de la tablet, ella me ayudó a conseguir la primera y en esa clínica en la que estaba mi terapeuta ocupacional me puso a leer”. Sí, el mismo que desde niño creía que era “pésimo” para la lectura empezó a leer 'Ángeles y Demonios', novela de Dan Brown y se dejó cautivar por su pluma.
Jhon recuerda que aceptó con gusto la propuesta de su terapeuta de empezar a leer, finalmente para ello solo requería sus ojos y que alguien ubicara el libro o la tablet frente a él, "quería hacer algo". Con el tiempo la lectura se convirtió en su nuevo pasatiempo, su nueva aventura. Los libros, según cuenta, tienen el poder de hacerlo sentir e imaginar todas esas cosas que desde hace varios años ya no puede hacer por sí solo, transportarlo a una realidad en la que la cuadriplejia no frena sus deseos.
En ese entonces tuvo lo que él dice, fue un pensamiento ingenuo. Si Dan Brown y muchos otros autores que descubrió podían escribir una obra literaria y hacer sentir todas esas emociones a los lectores, él también. Lo que pasó después demostró que no estaba equivocado.
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"Doy con el tema del misterio, del ocultismo, de lo paranormal y empiezo a escribir Tunda", esa fue su primera obra, lanzada en 2022. En ese libro recoge una historia contada a los niños de su natal Buenaventura para que se comporten bien. “Tunda es un mito del Pacífico, una señora que toma la forma de la mamá de un niño grosero, pero el niño la reconoce, sabe que es la Tunda, porque lleva una pata de palo”.
Con el tiempo conectó con las personas correctas y su historia llegó a manos de la editorial Cain Press, con quienes ahora va a publicar su segundo libro, uno en el que, en sus propias palabras, “me quito la piel, con Tunda me desnudé, me quité la ropa, pero con este me quito la piel, de modo que el lector podrá verme por dentro” y que espera publicar en el marco de la Feria de Libro 2025.
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Mamá Verónica, así se va a llamar, y escogió el nombre porque "es una carta de amor a mi mamá. Hay un relato que es muy bonito sobre ella". Empezó siendo una autobiografía, pero gracias a la inspiración que le dio leer a Juan Rulfo, decidió contar su vida a través de relatos. "Todos son relatos muy íntimos y no solamente de experiencias del pasado, sino también de mis vivencias en los hospitales y es interesante porque ofrece ese mundillo que puede ofrecer una persona en condición de discapacidad, cómo relacionarse, cómo socializar, cómo cortejar, cómo vivir la intimidad".
Una vida a través de una pantalla
Jhon Anderson Hurtado pasa la mayor parte de su día en su camilla, frente a la tablet. “La tablet significa mucho porque es como mi ventana al mundo, es mi terapia ocupacional, es como mis manos, mis piernas, es el medio por el cual socializo, introspecto, me desahogo, se ha vuelto prácticamente una extensión de mí”. En ella no solo ha leído y escrito sus libros, también terminó el colegio y estudió psicología.
Lo hace ver fácil y reconoce que con los años ha perfeccionado su técnica para escribir y manejar el aparato con mayor facilidad. La tablet está ubicada sobre un improvisado atril que se ingenió con un libro grueso y algunas cajas pequeñas, pegadas con cinta a los lados para sostener diferentes objetos y que queden cerca a su boca cuando los necesite.
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Ubica el lápiz en medio de sus labios y con movimientos precisos de su cuello empieza a tocar la pantalla con gran habilidad para comunicarse por WhatsApp, estudiar, escuchar música y, por supuesto, escribir. De esta manera, en los últimos años ha escrito varias historias que podrían convertirse en libros próximamente, aunque por ahora vaya a publicar el segundo.
A lo largo de estos más de 10 años, Jhon Anderson Hurtado ha sido cuidado meses o años por profesionales que se han ido convirtiendo en su familia, ya que la suya no ha estado presente. No todo ha sido positivo, en algunas ocasiones se ha encontrado con personas y situaciones que lo vulneran aún más.
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Lo más difícil para él ha sido percibir la indisposición de las personas que lo van a asistir. "Ya uno reconoce gestos, reconoce energías, reconoce uno hasta en el movimiento, en cómo mira la persona, creo que es lo que más me ha afectado en todos estos años, el depender de los demás. Uno como paciente no quiere incomodar de ninguna manera a la persona, pero uno sabe que necesita esta asistencia total, para todo".
Con visión al futuro
Escuchar la historia de Jhon sin duda hace que cualquiera se haga preguntas sobre su propia vida y si la está viviendo como corresponde; pero también sobre la muerte. Mientras escucho todo lo que ha vivido siento admiración, pero también tengo muchas dudas. ¿Cómo le es posible ver hacia el futuro?, ¿cómo logra mantenerse positivo? y, aunque lo intento, me es imposible ponerme en sus zapatos e imaginar cómo viviría yo en su situación o si elegiría vivir como él.
Le planteo las dudas existenciales que me genera su historia, la manera en la que me sorprende su elección de vida y él vuelve a sorprenderme diciendo que planea vivir y, casi a manera de consejo, que "todo depende de cómo alimente uno la esperanza, depende uno a lo que se aferre. Crearse, abrazarse, plantearse objetivos a corto, mediano o largo plazo y hacer todo lo que se pueda con lo que se tiene para alcanzarlos".
Jhon experimenta la vida de manera tan diferente que ya no es ese niño aventurero sin sueños, ahora su mayor aventura es vivir y me asegura que planea hacerlo por, mínimo, 45 años más. "Tengo muy claro que mi sueño es conseguir un hogar, he estado luchando por eso, por tener mi propio espacio. Escribir, vivir y morir en paz en ello, en ese sitio y, si es posible, al lado de un amor".
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Al final de la entrevista le agradezco por su tiempo y dejo al lado de su tablet la botella de agua y el paquete de gomas. Salgo del hogar despidiéndome también de los enfermeros y uno que otro abuelito que me cruzo por las escaleras, la cocina y la sala en la que reúnen, nuevamente pienso en el joven que está allá arriba, en el fondo de esa habitación, y me pregunto si alguna vez ha bajado con ellos a ver televisión y compartir.
Con los relatos de su próximo libro Jhon espera ofrecer a sus lectores una mirada de la vida desde su posición, una que parece muy limitada, pero que se ha ampliado hacia horizontes que antes no imaginaba. Sé que después de leer sus libros más de una persona no solo lo va a admirar, sino que se va a cuestionar cómo está alimentando su esperanza cada día, así como yo lo hago desde esa tarde. Mi respuesta aún no está tan clara.