Noticias Caracol habló con el intendente Juan Ávila, uno de los uniformados que fue secuestrado en San Vicente del Caguán y que hoy llegó a Cómbita en Boyacá, para despedir a su compañero el subintendente Ricardo Monroy, quien murió sin poder recibir atención médica especializada.
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Las imágenes que se conocieron de los hechos ocurridos en zona rural de San Vicente del Caguán dejaron ver la difícil situación que vivieron los uniformados de la Unidad de Diálogo y Mantenimiento del orden de la Policía Nacional.
“Fue un momento de mucha angustia, tal vez un momento de mucha presión psicológica, pues es de conocimiento público que eran miles de personas las que llegaron a estas instalaciones”, dijo el uniformado.
El intendente deja ver en su rostro lo que pasó, aún tiene el rastro de los golpes que recibió y recuerda ver a su compañero, el subintendente Ricardo Monroy malherido y sin cómo poder ayudarlo.
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Para Juan Ávila, "cuando me separan de mi compañero que estaba herido, fue el momento más difícil”.
Con cientos de personas a su alrededor, desmotivados, sin cómo huir de esta pesadilla y sin saber qué les iba a pasar, solo esperaban que las cosas no se salieron nuevamente de control. Escuchaban gritos e insultos que los hacía pensar lo peor.
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“La vida nuestra estuvo siempre en riesgo, siempre en peligro, porque obviamente la magnitud de la agresión pasaba de todas maneras”, agregó el intendente Ávila.
Pero en medio del secuestro, dice el intendente, también llegaron algunas personas buenas, campesinos que metieron la mano para que cesaran los actos contra ellos.
El intendente Juan Ávila afirma que "todas las personas no son malas y si tal vez hoy estoy vivo, es porque hay personas buenas allá, que me protegían".
Cuando supieron que serían sacados del lugar, fue un nuevo respiro.
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"Todos nuestros elementos, toda nuestra información personal, todo quedó allá. En mi caso, no sé qué pasó con mis cosas", dijo.
Hoy el intendente Ávila llegó a despedir a su amigo el subintendente Ricardo Monroy a Cómbita en Boyacá.
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Golpeado, aún cansado por lo que debió vivir y de la mano de su mamá, quien también padeció la incertidumbre que vivieron las 78 familias de los uniformados que estuvieron secuestrados.