Mientras San Andrés, Providencia y Santa Catalina sacan fuerzas para recuperarse del huracán Iota , son muchos los testimonios que se siguen conociendo, relatos de horror.
Nicolás Gómez, instructor de buceo, estaba con 12 turistas cuando la situación comenzó a empeorar: la isla se estremecía y lo peor estaba por venir. Por eso buscaron donde resguardarse.
“Fue una noche muy difícil, mucha agua le entraba al refugio. Nosotros estábamos bien, no le pasó nada estructuralmente, pero entraba mucha agua. Una noche muy difícil: el viento era increíble, los sonidos, los rayos, los truenos, todo era impresionante, caían árboles, oíamos que volaban techos, pero no veíamos absolutamente nada”, recuerda Gómez.
No es exageración, Aileen Ortiz, otra afectada, puede dar fe de ello.
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“Sacábamos toda el agua que podíamos o, si no, nos inundábamos. Hasta TV (vimos) volando como si fueran hojas, el mar estaba superpicado” , dice la isleña.
Entretanto, Nicolás y su grupo decidieron salir del refugio y dirigirse hacia al aeropuerto, una caminata que les tomó más de cuatro horas. El camino los enfrentó a la dura realidad que vivía la isla.
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“Lo más duro era pasar por la mitad del pueblo, de toda la isla, y ver que no quedaba nada, la gente quedó con la camisa y la pantaloneta que tenían puestos , casas que dejaron de existir, no se veía ni un palo, fue muy triste”, narra Nicolás.
Sin embargo, no olvida destacar la inagotable solidaridad: “Nos sorprendió mucho la actitud de la gente, queriéndonos ayudar, incluso nos daban bebidas, nos daban algo de comer para que tuviéramos donde pasar”.
A estos momentos de esperanza se sumaron los primeros reencuentros de los evacuados.
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