Diana Baloy es una de los cientos de niños que crecen en el Bienestar Familiar y al cumplir la mayoría de edad deben luchar para buscar una mejor vida.
Diana estuvo desde los 11 años en el ICBF.
Llegó ahí “por abandono, que es una de las modalidades por las que uno ingresa a Bienestar Familiar. Ingreso porque mi mamá se iba algunos meses y volvía, pero una vez se fue y nunca más volvió”, recordó.
“Los papás de mis amiguitos en Suba y una señora muy especial de una tienda que se llamaba Katiras me colaboraban con la alimentación”, narró.
Sin embargo, después de seis meses la dueña del apartamento donde vivía con su mamá llamó a la Policía.
Diana reconoció que ese momento “fue horrible, la Policía me sacó de la casa, yo no quería salir, lo que hacía era cogerme de todo lo que encontraba, de las paredes, me sacaron arrastrando. Fue un momento súper horrible en el conjunto porque yo gritaba y decía que me iban a secuestrar, que no me llevaran, que yo sabía que mi mamá iba a regresar”.
Fue allí cuando su vida inicio un nuevo capítulo. Ella ingresó a un centro de emergencia donde realizaron un estudio psicosocial y de ahí la enviaron al que sería su hogar por los siguientes siete años, Ciudadela La Niña, que en ese entonces era administrado por las Religiosas Filipenses Hijas de María Dolorosa.
Recordó que se ponía linda para las fotos que iban a ser presentadas a las familias que aspiraban adoptarla, pero nunca se cumplió su sueño.
Diana cree que fue porque “siempre he sido una negra grande y fornidita, entonces casi siempre hay más predilección por los niños que son pequeños que por los grandes, entonces la adoptabilidad es mucho más difícil. Yo entré en adopción a los 15 años y el tema era una ilusión de tener una familia”.
Eso era lo que ella junto a otras niñas le pedían todas las noches a Dios y el regalo más esperado en Navidad.
Y soñó con “alguien que esté pendiente de ti, que pregunte por ti y que te dé amor, creo que todos los seres humanos siempre buscamos amor. Una familia es lo que uno quiere estando en esas instituciones”.
Pero nunca fue adoptada y el 23 de mayo de 2013 recibió una boleta de salida que decía que ya no podía estar más allí porque había cumplido la mayoría de edad.
“Me fui a vivir a El Tunal, encontré una habitación, cuando salí fue con lo que había ahorrado, compré un colchón, tres cobijas, un plato, un vaso, cucharas y un tenedor. Le pagué a la señora tres meses por adelantado”, comentó.
Pero el dinero se fue acabando y “vivía una semana con aguapanela y pan y no tenía más realmente que comer”.
“Las madres siempre nos dijeron que nosotras podíamos ser pobres, pero que siempre teníamos que andar supremamente limpias. Yo de todo lo que caminaba en Bogotá, vivía con mis zapatos rotos y se me rompía toda la suela de abajo, le ponía cartones y en los cartones una bolsa de plástico, pero igual se me mojaban los zapatos”, agregó.
Ahí empezó otro parte de la historia de su vida, pues pedía pollo en asaderos o en las carnicerías le regalaban los gordos de la carne, que “fritaba y comía eso con arroz”.
Y pese a los huecos en sus zapatos, con ayuda de las religiosas hizo un técnico en ingeniería industrial, trabajó en una fundación y buscando ayuda entre los congresistas, que nunca consiguió, se encontró con la entonces directora del ICBF, Beatriz Londoño, a quien considera un ángel guardián.
“Le dije ‘doctora, yo la necesito, necesito habar con usted’. Me dijo ‘sí, acércate al ICBF’”, contó.
La exfuncionaria escuchó su historia y fue así como el 19 de diciembre de 2005 empezó a trabajar en la oficina de gestión humana del instituto, donde trabajó durante 12 años y 9 meses allí. En 2014 se convirtió en embajadora del ICBF.
De esa forma compartió sus vivencias con jóvenes que como ella no han sido adoptados.
Estando en el ICBF se graduó de derecho y el mismo mes que dejó el instituto empezó a trabajar en la Procuraduría.
“Es un ejemplo para nosotros”, afirmó el procurador Fernando Carrillo sobre Diana.
De su infancia solo guarda una foto dañada que mira con ternura y tristeza porque en su corazón aún hay dolor.
Pero amor le sobra, tiene a su lado personas que la admiran y se alegran de sus triunfos, el último, una maestría en derechos humanos y derecho internacional humanitario.
“El ICBF me dio, no una familia directamente de sangre, pero sí una familia extensa, tengo hermanos por todo el país, se puede decir que tengo una familia”, afirmó.