Pablo Escobar
le declaró la guerra a la prensa y el diario El Espectador se volvió su principal objetivo. El 17 de diciembre de 1986, cuando salía del periódico a las 7:15 de la noche, dos sicarios de la banda de Los Priscos, al servicio del Cartel de Medellín, asesinaron a Guillermo Cano Isaza.
Pero él no fue el único periodista acallado por los mafiosos.
Desde hacía tres años, el emblemático director del periódico junto a sus reporteros venía denunciando la infiltración del narcotráfico en la política.
Dos días antes del crimen le dijo a Cecilia Orozco en una entrevista: “Yo salgo de aquí del periódico por las noches y no sé qué va a pasar”.
Danilo Pizarro, quien era el jefe del archivo de El Espectador y bajó corriendo para socorrer a don Guillermo, afirma que su exjefe “fue el héroe contra el narcotráfico y dio su vida por eso, pero hoy las ideas de don Guillermo dónde están, ¿se quedaron en el olvido, se quedaron en recordaciones y en medallitas, se quedaron en aplausos para las viudas?”.
Ahora, como jefe de archivo de El Tiempo, sostiene apesadumbrado que Colombia no ha sabido salir de esos pantanos de violencia y que en cambio se han reciclado guerras, viudas y huérfanos como en las épocas aciagas del patrón del Cartel de Medellín.
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A su parecer, “el problema del narcotráfico está creciendo cada día y cada día está más metido en las entrañas de todos nosotros”. Cree “que este país necesita urgentemente una cátedra de los mártires, donde a uno le enseñen valores, principios, pero sobre todo el valor de la vida”.
Pablo Escobar le declaró la guerra a El Espectador en agosto de 1983, cuando el diario reveló una fotografía suya de 1976 que reseñaba su captura por narcotráfico. Hasta ese día pudo posar como honorable congresista y Robin Hood callejero.
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La respuesta del Cartel de Medellín y sus socios fue sentenciar a muerte al director de El Espectador y a sus periodistas.
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El primero en caer en esa cruzada asesina fue Roberto Camacho, corresponsal del diario en el Amazonas, ultimado en agosto de 1986. Cuatro meses después sería el crimen de Guillermo Cano. Sus hijos Fernando y Juan Guillermo también fueron amenazados apenas asumieron la dirección.
Los camiones que transportaban el diario a Medellín eran quemados por hombres de Pablo Escobar. La sede del periódico tuvo que ser cerrada y el corresponsal Carlos Mario Correa vivió años escondido mientras enviaba sus informes de forma clandestina a Bogotá.
En marzo de 1989 fue asesinado Héctor Giraldo Gálvez, abogado y periodista del periódico que venía investigando el crimen de Guillermo Cano.
Seis meses después ocurrió el bombazo que dejó en ruinas las instalaciones de El Espectador en Bogotá y a los dos meses sicarios mataron a los gerentes de administración y circulación del diario en Medellín, así como a un funcionario que distribuía el periódico en el Valle de Aburrá.
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Pese a esto, El Espectador jamás cesó en sus denuncias ni en su obligación con los lectores por contarles la verdad sobre la mafia que se tragaba a Colombia.
“Después del asesinato de don Guillermo, del asesinato de unos funcionarios en Medellín, claro que teníamos miedo, todos teníamos miedo, cosa que al parecer no tenía don Guillermo. No sé si ese mismo coraje lo hacía impermeable frente al miedo. Seguramente”, recordó Pizarro.
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Para él, a los colombianos “nos falta tener una mirada mucho más crítica de nosotros mismos, de lo que hacemos, ¿yo he hecho algo por este país para evitar la violencia o simplemente dejo que la violencia me pase por los lados? Eso es lo más terrible, que nos pasa por los lados y la gente sigue viviendo común y corriente”.
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