“Hablan de dolor y desplazamiento, yo no las puedo cambiar, lo que necesito es que cambie la conciencia”, dice sobre las amargas imágenes de las víctimas.
Su obra es expuesta a escasos pasos de la Casa de Nariño, en el claustro de San Agustín en Bogotá.
Ni los perros se salvaron de la vorágine de la violencia.
Su exposición rinde tributo a los otros que no pudieron ser porque cayeron en medio del zumbido de las balas. Su resistencia, dice el fotógrafo, no puede ser olvidada.
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Son cuatro salas de una exposición en la que cada foto tiene una historia, un nombre, un instante y un recuerdo.
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