Hace 25 años se produjo en El Salado, Bolívar, una tragedia que provocó el desplazamiento de 4.000 personas. La peor masacre de la historia contemporánea de Colombia aún tiene heridas muy abiertas entre los habitantes que retornaron a su pueblo y en las nueves generaciones.
“Me desgarra el alma de solo pensar y de solo ver una foto de cuando las personas cultivaban el tabaco para sobrevivir”, empieza su relato María Magdalena Padilla, más conocida como ‘La Profe Mayito’, sobreviviente de la masacre de El Salado.
La vida en El Salado se transformó. Pasó de ser una vida de paz y tranquilidad, propia de un pueblo autosostenible, a ser una aldea arrasada por la guerra entre paramilitares y guerrilla, lo que terminó desatando un desplazamiento masivo de pobladores que no querían retornar por miedo.
El 18 de febrero, día 3 de la toma paramilitar al pueblo, fue la fecha en que ‘La Niña Mayito’, de escasos 10 años, supo que la palabra muerte tenía su propio sonido olor y rostro.
“Me acuerdo que en las tardes se prendía fuego, pero no se nos dejaba que hiciera humo, porque por el humo se sabía que ahí había gente. Mi mamá en la noche nos vestía de negro. No dormíamos dentro del rancho, dormíamos cerca de una cañada llena de monte porque decía: ‘si llegan a buscarnos, pues no nos van a encontrar’”, complementa ‘La Profe Mayito’.
Subieron lo que pudieron en los camiones y el pueblo quedó vacío y 'La niña Mayito' no dejaba de hacer las mismas preguntas que hoy hacen los niños desplazados.
“Yo le decía a mi mamá que por qué nos toca irnos, si aquí estamos bien, para irnos a un lugar donde no conocemos nada, donde no tenemos nada”, relata ‘La Profe Mayito’.
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Vino El Éxodo de 4.000 personas, entre habitantes del casco urbano y las siete veredas que conforman el corregimiento, y entonces fueron los burros los que se adueñaron del pueblo.
Pasados 10 años de la toma paramilitar, el primer censo local registró 730 retornados.
Luis Torres, líder nato del pueblo, huyó cientos de veces de los violentos por reclamar justicia y la tierra para su gente. Lo obligaron a pasar por el exilio, fue encarcelado y junto con su comunidad vivió el eterno retorno a las tierras de El Salado.
“Estaba haciendo un favor a Colombia, a mi país, a la región haciendo lo que debió hacer el Gobierno, lo que no hizo el Estado colombiano en esos momentos: recoger a toda esta gente que estaba expandida por todo el territorio y por fuera, y todos pasando necesidades, que clamaban que la parte donde ellos querían estar y mejor podían estar era aquí”, asegura Torres.
La ‘Niña Mayito’ tenía 12 años cuando su familia retornó en la última caravana que entró a El Salado. A ella también la habían despojado a la fuerza de su pequeño mundo: la escuela. Entre calmar su aburrimiento y ocupar el ocio de los niños que volvieron con sus familias, decidió abrir su propia escuela bajo un techo pajizo.
“Era el rancho que está al frente de mi casa. Llegué a tener 37 niños en mi casa y yo los bañaba, a ellos como tipo 11:00 a.m. les daba sueño y yo los acostaba”, cuenta Mayito.
“Yo misma me ideé mi día a día de clases. Mi primer día de clase, el lunes, eran juegos, puros juegos. No mostrábamos cuaderno, nada. El segundo día era pasear El Salado. Pasear en qué sentido: recoger libros y sillas”, complementa Mayito.
Los niños la bautizaron ‘La Profe Mayito’ y así se quedó.
Tras ver diferentes fotos de lo que era el pueblo hace varios años y de la labor que ella hacía con los niños, ‘La Profe Mayito’ dice: “Se me aguaron los ojos de ver todo, porque yo siento que cuando uno hace lo que a uno le gusta y contribuye a lo que era El Salado, uno se siente bien, sin recibir dinero, sin recibir nada”.
Pasados 25 años de la masacre, los rostros de los saladeros son otros. Son los nietos o los hijos jóvenes que vibran al ritmo de la música Caribe y danzan sobre la legendaria cancha donde perdieron la vida tantos inocentes.
En El Salado de hoy viven aproximadamente 2.000 personas, la mayoría son niños y jóvenes. Una nueva generación que respira aire puro y que estudian, compiten y se entrenan en actividades deportivas que parecieran ser juegos y realmente es un entrenamiento físico y mental para la vida que les espera.
Al interior de un aula de clase, el profe Jorge Eliécer León y sus alumnos construyen un proyecto especial que tiene que ver con la memoria común y los nuevos retos.
Mostrando el libro llamado El Amanecer de las Montañas, el profe Jorge expresa que en él “aparecen relatos de abuelos, de tíos, de personas que vivieron en carne propia esta masacre. Pero, además, no solamente la historia como tal, sino las oportunidades que ha dado la vida para salir adelante”.
Génesis Gómez Vizcaíno y Nevis Ester Ramírez son compañeras de colegio, tienen en común que son hijas de familias retornadas.
“Mi madre me cuenta que cuando iba en el carro ella dijo que más nunca volvería, pero chiquita sus padres se devolvieron y ella también tuvo que venir con ellos. Ella cuenta que ha sido lo mejor”, señala la alumna Génesis Gómez Vizcaíno.
“Hoy nosotros los jóvenes llevamos la historia marcada, eso siempre estará en nuestra vida, en nuestros corazones, pero hoy somos unos jóvenes alegres queriendo salir adelante, queriendo sacar el pueblo adelante”, puntualiza Nevis.
¿Cómo está El Salado hoy? ¿Realmente fue reparada su comunidad o esto se quedó en promesas?
Lilia Torres, quien representa a la junta de acción comunal, y John Jairo Medina, líder de los saladeros, hacen el ajuste de cuentas en el parque central del Salado.
“Nos sentimos engañados, nos sentimos desorientados y confundidos porque no sabemos dónde están tantos recursos que fueron prometidos a El Salado y que a la larga se evidencia que nos prometieron arroyos canalizados. No hay arroyos canalizados, no tenemos vías terciarias, nos prometieron mantenimiento a las obras sociales y civiles que están en el corregimiento, no hay un puesto de Policía propio, no hay una sede del del centro para la atención a la primera infancia, el puesto de salud sigue sin darle uso por lo que no se le dio una intervención adecuada”, denuncia Medina.
Y mientras El Salado se convierte en un gigantesco museo de elefantes blancos que se cae a pedazos, una generación nueva de saladeros se levanta con dignidad para reclamar lo que la guerra que no era de ellos les robó.
“Yo sé que todos en el mundo ven a El Salado como un pueblo que sufrió masacre y por eso nos hemos reconocido, pero yo sé que un día todo será diferente; yo sé que un día este pueblo no va a ser reconocido por lo que pasó”, finaliza Génesis.
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