Está por iniciar el año escolar para millones de estudiantes en el país. Sin embargo, la crisis en colegios privados, los reducidos ingresos por matrículas y la deserción académica han llevado al cierre de cientos de instituciones.
¿Qué dicen los padres, los colegios y los negocios que viven de la educación?
Natalia Sánchez es directora del jardín infantil Thumbs Up, un lugar que enseñaba a 90 estudiantes antes de la pandemia. Llegó el COVID y, con sacrificio, finalizó el 2020 con 30 niños.
La esperanza estaba en el 2021, pero el panorama no es alentador. Tan solo 15 niños se han matriculado en modalidad virtual.
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“Hemos tenido que valernos de muchas otras opciones para poder mantener el jardín. La idea de nosotros no es cerrar nuestro amado proceso, pero sí hemos tenido que hacer otro tipo de actividades que apoyen financieramente al jardín”, explica Natalia.
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Es la misma situación que han enfrentado unos nueve mil colegios privados en el país. A algunos, sin remedio, les tocó cerrar.
“A la semana pasada, entre 2 y 4 instituciones educativas están cerrando en cada localidad de Bogotá por las graves circunstancias económicas por las que están atravesando”, señala Carlos Roberto Ramos, vocero de la mesa distrital de rectores privados de Bogotá.
La hermana Gloria Patricia Corredor, presidenta de Conaced, también se lamenta. “Es triste reconocer que varias de nuestras instituciones educativas tuvieron que cerrar en el presente año, sobre todo en el nivel de preescolar, o bien por la sostenibilidad o por falta de estudiantes”, dice.
Para los padres de familia la incertidumbre es dónde van a estudiar esos niños que se retiraron de los colegios privados.
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“El llamado de atención para el Gobierno nacional es qué va a pasar con todos estos niños que van a migrar del sector y de los jardines privados a oficiales. ¿Están las instituciones educativas listas? ¿Ya las construyeron? ¿Tienen la dotación de equipamiento como sillas, equipos de bioseguridad?”, se pregunta Carlos Ballesteros, presidente de la Confederación de asociaciones de padres de familia.
Pero el drama de la educación va más allá de las aulas. En quiebra también se encuentran aquellos que vivían de negocios como la alimentación escolar. Y ni hablar de aquellos que trabajaban con rutas.
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María Clemencia Molano, propietaria de una ruta escolar, lo define así: “Hace más de un año está guardada y se le ha vencido la revisión técnico-mecánica, el SOAT, las pólizas y en este momento pues no tenemos un medio de subsistir. Nos ha tocado en este momento ponernos a pintar, hacer otras cosas diferentes que nosotros no hacíamos”.
Lo cierto es que estas dos semanas que vienen son decisivas para la educación en el país, se sabrá realmente cuántos estudiantes dejaron de matricularse y cuántas instituciones definitivamente dejarán de operar.