La Armada Nacional de Colombia rescató a cinco migrantes venezolanos a los que delincuentes robaron y abandonaron en una isla desierta, ubicada a media hora de la isla de San Andrés.
Entre los extranjeros había una mujer embarazada y un menor de edad, informaron las autoridades nacionales.
Los migrantes querían llegar a Nicaragua a través de San Andrés.
El capitán Carlos Eduardo Solano, comandante de la Armada en San Andrés, dijo que los delincuentes presuntamente, “de acuerdo al testimonio de uno de los rescatados”, les cobraron 1.200 dólares para transportarlos.
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Sin embargo, a solo 30 minutos de haber zarpado, los sujetos hurtaron las pertenencias de los migrantes y los abandonaron en una isla desierta conocida como Cayo Pescador, hasta donde llegaron las autoridades colombianas para su rescate.
Uno de los migrantes rescatados dijo que "aquí es donde uno más aprende a valorar la familia porque es mejor tenerla cerca que lejos, ya que nuestra vida estuvo en riesgo”.
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“De verdad, no me salen las palabras, no se lo deseo a nadie”, agregó.
El capitán Santiago Coronado, guardacostas de San Andrés, advirtió de los riesgos de transportarse en ese tipo de lanchas en el que iban los migrantes abandonados, pues tienen motores en mal estado, no cuentan con un sistema de navegación propio, llevan combustible a bordo y muchas de estas embarcaciones carecen de extintores, lo que pone en riesgo la seguridad.
Solo el año pasado, la Armada Nacional rescató a 711 personas que iban rumbo a Nicaragua a través de este medio de transporte.
Cientos de migrantes también se aventuran por otra ruta, el Tapón del Darién, en busca del "sueño americano".
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Esta jungla de 575.000 hectáreas es un parque nacional panameño que une a Suramérica con el istmo centroamericano, y es el único punto en el que se interrumpe la Panamericana, la carretera más larga del mundo.
Pero durante décadas el crimen organizado ha habilitado trochas por las que han pasado armas, drogas y migrantes irregulares, estos últimos ahora a raudales, convirtiendo este tráfico en una de las actividades ilícitas más lucrativas, sino la más.
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"La realidad detrás de todo esto es que es un negocio muy, muy rentable", más que "la droga y con menos riesgos (...) se puede organizar de manera que la gente paga en cada país si quieres continuar", dijo a EFE el jefe de Misión de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en Panamá, Giuseppe Loprete.
Las autoridades de Panamá, el único país en América con una operación humanitaria en torno al flujo migratorio que se mueve hacia Estados Unidos, contabilizaron que 248.284 viajeros entraron en el 2022 a su territorio tras cruzar la selva, una cifra sin parangón pero que palidecerá ante los 400.000 que esperan este 2023 de mantenerse el actual ritmo de llegadas.
Atrás quedaron números como los 133.726 migrantes irregulares que padecieron al Darién en el 2021 o 30.055 de 2016, durante la primera crisis migratoria debido al paso de cubanos.
Aunque los nacionales de países suramericanos y caribeños destacan por el grueso de sus números, a esta selva tropical pantanosa llegan indocumentados de más de medio centenar de países del mundo movidos por redes transnacionales y a través de medios aéreos y marítimos.
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La ruta que siguen en América atraviesa varios países del sur hasta llegar a Colombia, la entrada a la jungla que desemboca en Panamá. Este trayecto selvático de unos 260 kilómetros es descrito como infernal por los migrantes.
Es así que la frase "si lo llego a saber no lo hago", resuena en las estaciones migratorias panameñas, donde los migrantes reciben alimentos y atención sanitaria. Se dicen engañados por los que ofertaron la ruta selvática como rápida, mientras relatan episodios de violencia, incluida la sexual, o cómo vieron muertos por doquier.