El 19 de enero de 2021 fue el día más triste en las vidas de Yulitza Montoya Arredondo y su esposo Johan Velásquez, dos jóvenes caficultores del suroeste antioqueño.
Esa mañana, los dos iban con Hellen, su bebé de cuatro meses, en una moto por el sector de Troya, hacia la vereda Los Andes del municipio de Salgar, cuando Johan perdió el control del vehículo y cayeron al suelo. La bebé no llevaba casco.
Él, cuenta Cristian Camilo Garzón Arredondo, no sufrió raspones. Yulitza sí, en uno de sus brazos, pero la bebé sufrió un trauma grave en el cráneo.
“Mi primita inmediatamente sale corriendo, carretera abajo, pidiendo auxilio. Subía un vehículo, se devolvió con ella, para llevarla al hospital, la atienden, le ponen medicamento para el dolor a la bebé y la trasladan a Medellín. Llegando a Medellín, la niña empieza a marearse, a afectarse la respiración”, recuerda Cristián.
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Ya cuando Hellen estaba bajo cuidado de especialistas, Yulitza y Johan se enteraron de lo peor: el trauma sufrido por la niña era verdaderamente grave y tenía que ser intervenida quirúrgicamente.
Así que en horas de la noche, de urgencia, la bebé fue sometida a una cirugía; el desenlace fue doloroso.
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El jueves en la mañana, asegura Cristian Camilo, la pequeña Hellen amaneció con su estado de salud deteriorado y los médicos no tuvieron más remedio que darles a sus papás la certera noticia.
“Les dijeron que el cerebro de la niña estaba muriendo”, dice el familiar cercano de los Velásquez Montoya.
Frente a ese panorama, les plantearon una posibilidad cruda y paradójica: ante la inminente muerte de Hellen, podrían revisar el funcionamiento de su pequeño corazón para que pudiera salvar la vida de otra bebé, de cinco meses, que estaba a la espera de ese órgano.
“Ellos no lo dudaron. Era doloroso, pero fue un acto de amor”, destaca Cristian.
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Con el sí de los golpeados y jóvenes padres –Yulitza tiene 22 años y Johan 35-, buscaron un sacerdote que bautizara a Hellen antes de su partida y prepararon el sepelio.
El jueves Hellen falleció y el sábado, al tiempo que la bebé era sepultada en el cementerio de Salgar, en el suroeste de Antioquia, los Velásquez Montoya recibían la noticia de que un angelito se quedaba en la Tierra gracias al corazón de otro que tuvo que partir.
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“Habían hecho el trasplante y la niña estaba bien de salud”, dice Cristian, con el alma estrecha porque perdió a su pequeña prima, pero airosa de saber que así se salvó una vida.