‘Las huérfanas’, la más reciente novela de la escritora colombiana Melba Escobar es un libro que explora los abismos de la maternidad y las constelaciones familiares, y que tiene como telón de fondo la historia de la propia madre de la autora. Sobre esa obra, Escobar dialogó con el periodista de Noticias Caracol Juan David Laverde.
¿Cuándo empezó a escribir este libro y por qué?
Bueno, yo creo que empecé a escribir este libro probablemente cuando mi mamá, en su lecho de muerte, estando con un cáncer agresivo, ya que la tenía postrada, en su gran teatralidad que siempre la representó me dijo: ‘que al menos todo este sufrimiento sirva para una novela, hija, ¿no?’. Y sentí que me estaba, por un lado, dando una petición de alguien que está pidiendo su último deseo en el lecho de muerte.
Por otro lado, también la licencia de escribir su vida, ¿no? Siempre sentimos con mis tres hermanas, somos cuatro mujeres, que mi mamá era un gran personaje, como dice una de mis hermanas: ‘como una diva de Almodóvar’, y siempre sentíamos que éramos el público y ella era la gran estrella y que éramos su auditorio. Y bueno, pues, por supuesto que esta mujer merecía una novela.
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Durante toda la novela, sobre todo en la primera parte, uno siente que hay una acusación a una madre: o porque era muy fría, porque era difícil, o porque, quizá, no encarnaba esa idea maternal que tanto se ha romantizado. Exactamente, ¿qué era lo que usted quería contar de ella?
Yo creo que igual a todos nos habitan muchas personas, ¿no? Y a lo largo de la vida también nos vamos transformando en distintas personas. Gracias a Dios podemos cambiar y, de alguna manera, el hecho de tener un nombre y una identidad se tiende a pensar que somos algo concreto y sólido e invariable, pero yo tuve la fortuna de ver las muchas Myriam de Nogales que fue mi mamá.
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La novela comienza con una mujer que se está arrojando por una ventana durante un intento de suicidio en una depresión posparto, con una de mis hermanas de dos meses de nacida. Y yo creo que ese tipo de historias cuando ocurrían hace más de 50 años, como fue el caso de mi mamá, tenían que ser silenciadas porque de alguna manera era inconcebible que una mujer se deprimiría cuando tenía todo: tenía sus hijos, tenía el amor… Hoy en día sabemos que es algo que además biológicamente ocurre en enormidad de casos y que se medica o se trata, pero entonces un poco esa mamá que en mi infancia, en mi adolescencia fue muy dura, y tenía mucho dolor y rabia, en ese momento yo no podía trabajarlo o elaborarlo más allá de lo que estaba ocurriendo.
Hoy en día puedo excavar más allá y ver quién era esa mujer, por qué estaba herida, qué la lastimaba, qué la hacía sufrir, qué necesidades y miedos y deseos frustrados tenía, y al poder reconstruir todo eso uno logra un cierto tratado de paz con la mamá que tuvo, y eso ha sido muy liberador.
El libro se llama ‘Las huérfanas’, entre otras, por ese tipo de reflexiones. Usted lo dice aquí: “Con los años he llegado a pensar que acaso esa es la peor de las orfandades, porque el huérfano sin padres vivos puede imaginarse a unos padres amorosos presentes, que lo quieren y lo protegen, pero los huérfanos de padres presentes tenemos que lidiar con que los padres no puedan estar presentes del modo en que quisiéramos”. Hay como una sensación de que solamente usted puede hablar de orfandad cuando los padres no están. ¿Es así?
Yo creo que cuando antes Juan David hablaba de una idealización de lo maternal y de una romantización de la maternidad, yo creo que eso es parte de lo que busca romper el libro. Es decir, para mí mi mamá siempre fue una mujer que no se parecía a la idea de una mamá. La idea de una mamá es que es cariñosa, comprensiva, está siempre presente, siempre está como en servicio de los hijos… Mi mamá era egoísta, podía ser mezquina, era vanidosa, irónica, cínica, bellísima, elegantísima, incluso sensual. No era, pues, una mamá redondita, dulce y buena, no. De alguna manera yo he sentido con el paso del tiempo que también hay que reivindicar esa posibilidad. ¿Por qué tenemos que todas las mamás parecernos entre nosotras? ¿Y por qué hay que renunciar a una manera de ser mujer para ser la mamá? La mamá de las mamitas y los papitos de los chats del colegio y todas esas cosas.
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En el libro, yo siento que hay como una especie de declaración de principios sobre por qué está usted escribiendo este libro, y usted dice: “Esa niña antigua es hoy una mujer adulta que busca tejer su propio nido mientras avanza a tientas por su sótano interior, lo vacía de telarañas, espanta a los murciélagos y les zapatea a las serpientes empozadas tras el diluvio, eso estoy haciendo aquí en vivo y en directo: mirar hacia atrás y hacia adentro con las manos sobre el teclado”.
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¿Por qué necesitaba usted darle orden a todo eso que le removió por dentro la muerte de su mamá?
Todo esto es una búsqueda de un sentido a esas cosas que muchas veces en la vida vemos como asombrosos vaticinios y no entendemos si es realmente el azar o hay algo parecido al destino. Y de alguna manera creo que la novela era un intento por buscar una coherencia a toda esa serie de eventos que se conectan en la historia.
Entre roles y errores de las madres
¿Después de haber escrito este libro, cómo ha cambiado el rol suyo como mamá?
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Este libro es una invitación también a permitirnos fallar, como madres y como hijas. A permitirnos la licencia de a veces hacerlo mal, sin que eso implique un trauma ni una tragedia, sino más bien que podamos reconocerlo y seguir adelante. Muchas veces lo que nos cuesta es justamente aceptarlo.
Hemos crecido con esta idealización de la madre perfecta, con tantas exigencias que tenemos las mujeres y que es mentira. Las mujeres tenemos que hacer mil cosas: trabajar, criar, estar pendientes de la casa y en fin, y vivimos castigándonos constantemente porque no alcanzamos. Yo creo que hay que parar de castigarse y probablemente ahí todo empiece a fluir mejor.
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Dice acá que compra libros a manera de penitencia, compra libros que no va a leer, a manera de penitencia. Explíqueme eso.
Ah, bueno, la verdad, yo compro demasiados libros. Tengo ese problema. Se lo heredé a mi papá, porque yo no hacía más sino pelear con él porque me parecía que era un exceso y ahora hago exactamente lo mismo. Sí, esas cosas pasan. A veces hay libros que realmente no quiero leer, pero como que es de esos libros que todo el mundo habla de ellos y lee y dice: ‘oh, sí, qué maravilla’, entonces yo a veces voy y lo compro. Y ya sé que no lo voy a leer, pero es como decir: por lo menos lo compré. Es como ya que no lo voy a leer, lo tengo en mi biblioteca. Es una penitencia, sí.
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