Los deslizamientos en La Línea son incontables y quienes han vivido la experiencia de quedar atrapado en uno de ellos, como Fredy Torres, actual secretario de Gestión del Riesgo del Tolima, dicen que es una experiencia traumática.
“Sentimos que se vino detrás de nosotros toda una palizada, levantó los carros y nos puso a nadar los carros casi hasta el peaje; el carro mío lo paró, afortunadamente, un camión que venía subiendo”, relata el funcionario.
Fabio Vargas y su esposa, sobrevivientes de otro derrumbe, duraron casi 30 minutos sepultados bajo toneladas de tierra y rocas. Para muchos fue un rescate milagroso. “Como media hora pitando y pite y pite para que nos escucharan y al rato sentí que movían piedras arriba y bueno, ya recordé, nos dimos cuenta que estábamos debajo de la tierra (…) como siempre he sentido a Dios cerca de mí, entonces me aferré a ese silencio santo y sagrado que se llama Dios”, afirma el hombre.
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Muchos no pudieron contar su historia, pues fallecieron bajo algún un derrumbe y varios cuerpos nunca fueron hallados.
La fragilidad de la cordillera es apenas uno de los riesgos de transitar hacia el alto de La Línea.
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El 21 de marzo de 2011 un carro cisterna cargado con químicos explotó tras volcarse en la angosta vía. Recuerda Omar Taborda “una llamarada que venía hacia el frente mío. Cuando volteé a mirar hacia atrás, y no sabíamos para dónde salir, la única opción que vimos fue tirarnos al abismo”.
Este tipo de accidentes y los que a diario se presentan, según la Policía de Carreteras en Tolima, se deben a la estrechez de la vía, fallas mecánicas, pero en su mayoría obedecen a la imprudencia.
“Adelantan en curva, adelantan en doble línea, exceden los límites de velocidad y no acatan las normas de tránsito”, lamentan las autoridades.
Según el Invías, los derrumbes y los siniestros viales han provocado el cierre de la vía por cerca de 850 horas al año.