El restaurante Oriental Hatsuhana, pionero de la comida japonesa en Bogotá, cierra sus puertas después de 34 años de operación. Su fundador, Hiroyuki Ono, dejó su oficio como chef de la embajada de Japón para recrear, en 1987, un restaurante con los jardines, decoración, platos y música de su país.
Ono murió en 2008, cuando Jorge Alfonso, que llegó a trabajar al restaurante como ayudante de cocina, pasó a mesero, cajero y después a administrador, ya había tomado las riendas del lugar.
“En el año 2003, 2002, él cerró en la 93 y quería cerrar este también. Y dijo: si usted lo administra para que esas 20 personas no se queden sin empleo, le doy esa oportunidad”, recuerda Alfonso.
“Él (Hiroyuki Ono) se fue a Japón a un chequeo médico y regresó, pero le llegó una llamada: tiene que regresar a Japón porque los exámenes están mal. Y dijo en junio nos vemos y abrimos Hatsuhana en Panamá. Y no regresó”, comenta el hoy propietario sobre el fundador del restaurante.
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Poco antes de regresar a Japón, Ono propuso vender a Jorge el restaurante: “él tenía un crédito en el banco como de 30 millones de pesos y dijo: Jorge páguelo y ese es el valor del restaurante”.
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“Nos enseñó mucha cultura japonesa, la puntualidad, la honestidad con los pagos. Él nos consideraba como sus hijos y nosotros no sabíamos nada. Yo no conocía un langostino, no conocía nada, y tenía que comer crudo porque yo (decía) quiero aprender, tengo que trabajar. Y así fue como 10 o 15 años, hasta que él dijo... usted es el que lo puede manejar, se lo voy a heredar, porque eso es un reglo. Esa vaina no la voy a hacer con 30 millones”, afirma Alfonso.
Pese a haber sorteado las vicisitudes de su negocio varias veces, la pandemia del coronavirus lo está obligando a despedir a sus colaboradores y cerrar el restaurante después de cinco meses de tratar de soportar la operación: “Solo teníamos caja para dos, tres meses y ya nos reventamos, ya no aguantamos más”.
Agrega que, aunque trató de hacer domicilios, “no es lo mismo porque es como un 2% de ingresos y el arriendo los servicios, la nómina, porque la vida del restaurante es ver la preparación y compartir con el cocinero”.
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Jorge Alfonso tiene la esperanza de que Hatsuhana llame la atención de algún interesado y abre las cifras de su negocio. Asegura atendía, antes de la pandemia, unas 100 personas diariamente. Pero es consciente de que hoy la realidad es otra, por eso estima su precio, a puerta cerrada, en 480 millones de pesos.
“Estamos buscando como salir de estas deudas. Seguir con el legado sería maravilloso. Tengo mucha tristeza de que se acabe (…) con esos 480 puedo pagar unos arriendos que debo, unas nóminas que también debo, servicios”, puntualiza.
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Con las horas de su negocio contadas, Jorge Alfonso vaticina que, sin dinero para aguantar, el futuro de la industria de los restaurantes es incierto: “No hay dinero que alcance, entonces el que tenga el músculo financiero aguanta. Ya somos muchos los que hemos tenido que cerrar”.