“No somos xenófobos”, les responde una de las habitantes del sector que se ha opuesto al albergue. Estas son las dos caras de un tejemaneje diario.
El tema no es sencillo: muchos de los venezolanos que llegaron a Bogotá tienen pasaporte o PEP (permiso especial de permanencia), pero nada que consiguen empleo.
Entonces, permanecen en el campamento que designó la Alcaldía de Bogotá para agruparlos.
En los apartamentos cercanos al albergue tienen sus quejas: “En ocasiones son incómodos porque hacen sus necesidades a las orillas de las casas y, además, en las mañanas y en las noches hacen mucho ruido, gritan mucho”.
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A Angie, una vecina del barrio Luis María Fernández, le llegaron cartas de niños venezolanos que piden tolerancia y comprensión. Ella les contestó: “No somos xenófobos. Sí estamos de acuerdo en que haya un campamento humanitario para ayudar a nuestros hermanos venezolanos, pero en el sitio adecuado”.
También están los vecinos solidarios que, con pequeños detalles, buscan darles una mano a los migrantes.
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Así es el día a día en esta zona de Bogotá, un ir y venir que podría durar hasta el 15 de enero cuando, según el Distrito, se levantará el campamento.
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