El nombre del sacerdote Gabriel Gutiérrez Ramírez puede ser desconocido para muchos, pero no el de Frayñero. Este último quedará grabado en el corazón de miles y miles de ciudadanos desamparados que recibieron la ayuda amorosa de quien ahora, literalmente, es el ángel de los habitantes de la calle.
Acá una crónica de #FrayÑero emitida en 2017 por Noticias Caracol:
De 63 años, nacido en Bogotá y criado en Villavicencio , Gabriel creció en una familia que desde pequeño le enseñó que, más que acaparar, lo importante era compartir. Motivado por esa conciencia social, y luego de ser ordenado presbítero, decidió ingresar al convento de los padres franciscanos, los hijos de San Francisco de Asís. La pobreza se convirtió, entonces, en uno de sus votos eternos.
Fue misionero en el África profunda, en lugares inhóspitos a los que nadie llega pero en los que todo falta. Allí terminó de convencerse, aunque nunca lo dudó, de su preferencia por los "descartados" de la sociedad. De hecho, fue abanderado de un principio que trasciende lo religioso: los seres humanos somos iguales sin importar la raza, el género, la condición social o las preferencias sexuales. No está bien discriminar.
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Luego viajó a Guapi, Cauca . Eran épocas difíciles, de guerra y asesinatos, pero también de hambre y desilusión. Fray Gabriel jamás salió corriendo, siempre se quedó al lado de quienes sufrían. En ese hermoso pero olvidado municipio de Colombia levantó una casa para dar de comer a niños y jóvenes, y brindarles espacios de juego, música y arte con tal de alejarlos de los grupos armados. Enterró a guerrilleros y paramilitares, pues no le gustaba clasificar a la gente entre buenos y malos. Para él, toda vida era digna y cada muerte dolía.
Sí, su compromiso principal no fue con los poderosos. Este cura extraordinario, porque sin duda fue extraordinario, prometió y cumplió seguir los pasos de Jesús de Nazaret e ir tras los pobres. Caminó con ellos, se puso en sus zapatos y se preocupó por sus pies cansados. Así, con el hábito roído pero el alma entera, arribó a Bogotá e inició su obra más hermosa: abrazar a quienes nadie quería tocar, a los habitantes de la calle.
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El padre Gabriel luchó siempre por dar un plato de comida a los más necesitados, tocando puertas y realizando colectas. Haciendo "lío", como pide el papa Francisco , y yendo a la periferia. Seguro de que la Iglesia debía estar también fuera de los templos, creó la Fundación Callejeros de la Misericordia para dar abrigo a quienes padecían frío.
"Me dicen Frayñero porque entre ellos se tratan de ñeros y es una palabra hermosa, pues significa compañero. Y que me tengan como compañero para mí es un orgullo muy grande", le dijo a Noticias Caracol cuando un reportero de este noticiero lo vio caminando por el centro de la ciudad, con su carrito de tintos y su bolsa de pan.
Frayñero no solo se encargó de poner comida sobre los platos. Él se la jugó por dar alimento al alma, con palabras de aliento y hasta un apretón de manos, ese que pocos se atreven a estrechar con una persona que vive en la calle entre cartones y harapos.
Es más, hacía improvisadas fiestas a aquellos que cumplían años y no recibían ninguna felicitación, y hasta acompañaba en la muerte a esos que no tenían doliente. Las lágrimas, las oraciones y las flores corrían por su cuenta.
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Noble con las palabras, pero recio si era necesario, plantaba cara incluso a la autoridad cuando de defender a sus ñeros se trataba. Recogió a muchos enfermos en la calle y los llevó al hospital. Ni el COVID-19 fue un impedimento para él, pues aseguraba que afuera había una pandemia más cruel, la de la indiferencia y el hambre.
Un ángel en la Tierra que ahora muy seguramente estará en el cielo, en ese en el que tanto creyó. Los ñeros del centro de Bogotá, las trabajadoras sexuales, los cartoneros, los drogadictos, los cachivacheros, los rebuscadores, los indígenas, los migrantes, los más olvidados están de luto, pues se va quizá el único amigo que les tendió la mano cuando la sociedad los hizo a un lado.
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