Durante años el periodista e investigador Carlos Daguer se sumergió en archivos centenarios, documentos coloniales y registros remotos para reconstruir una historia que parece de fábula: cómo el enfrentamiento que hubo en 1802 entre el Cabildo municipal y el virrey Pedro Mendinueta por el manejo de la epidemia de viruela en Santafé de Bogotá desató la primera campaña mundial de vacunación.
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El 19 de junio de ese año los neogranadinos le enviaron a Madrid esta carta al rey Carlos IV con sus quejas sobre el virrey. Los coletazos de este conflicto cambiarían para siempre la historia de la salud pública...
“Estamos en el claustro de las aguas, es una edificación colonial que se construyó en el año 1600 al lado del río San Francisco. En 1802 fue el equivalente a lo que en la pandemia del COVID fue Corferias, fue un hospital provisional donde fueron recibidos los pacientes con viruela que hubo en la epidemia que comenzó en 1801 y terminó en 1803, epidemia que a su vez fue la causa por la cual el rey Carlos IV decidió enviar la primera expedición que trajera la vacuna a América”, dice Daguer.
El origen del pleito en la capital neogranadina era que mientras el virrey recomendaba adecuar sitios de aislamiento para los enfermos y así tratar de cortar el contagio, los concejales exigían la creación de hospitales provisionales y un presupuesto para darles tratamientos dignos a los variolosos. El pánico que provocaba en los santafereños la viruela era apenas natural: los hachazos de la muerte del último brote en 1782 llenaron de horror la vida de la capital neogranadina.
La epidemia de 1782 fue gravísima y dejó un recuerdo horrible en los bogotanos. En una Bogotá que tenía no más de 20 mil habitantes, menos de 20 mil habitantes, 17 mil tendría, pudo haber matado a 7 mil personas en aquel entonces, 40 por ciento de la población.
“¿Exactamente qué hacía en el cuerpo la viruela, cómo afectaba a la gente?”, le pregunto. Daguer contesta: “La viruela era una enfermedad aterradora porque deformaba no solo la piel sino también el cuerpo de las personas, eran granos que salían y que cubrían prácticamente todo el cuerpo y toda la cara, o sea no quedaba a veces espacios en el rostro donde no hubiera un grano. De ese grano salía un pus, pero este pus era el pus de la infección; las personas quedaban con frecuencia ciegas, las marcas en el rostro eran clarísimas de las personas que habían sobrevivido a la viruela, la tasa de mortalidad era altísima, aproximadamente tres de cada 10 personas podían morir por la infección por viruela”.
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La investigación de Daguer estableció la disputa neogranadina como la génesis de la famosa Expedición Filantrópica de la Vacuna que emprendió la corona española en 1803. El barco María Pita zarpó de La Coruña en España y llegó a Venezuela en 1804. Luego sube a Cuba y México donde la expedición cambia de barco, el Magallanes, que zarpa de Acapulco y toma rumbo hacia el otro lado del mundo, atravesando el océano Pacífico. Primero hasta Filipinas y China, y luego bordeando el océano Indico y después el Atlántico hasta pasar por la isla Santa Elena, muy cerca de África. Finalmente, en 1806 la expedición llega a Lisboa y posteriormente termina en Madrid.
“Como la vacuna había llegado siempre degradada a Suramérica cuando se transportó en vidrios, el rey dijo de una vez por todas como hemos fracasado en esos intentos hagamos el intento de organizar una expedición que atraviese el océano Atlántico con niños huérfanos, porque decían no van a regresar a su casa, y así es como organizan la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna en la que 22 niños huérfanos partieron de La Coruña y cada 10 días les inoculaban el pus vacuno de manera progresiva para garantizar que el pus llegara fresco y en vigor”, asegura el periodista.
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Daguer, un hombre interesado por la historia de las epidemias, se zambulló durante tres años en archivos históricos de España, Colombia y Ecuador; revisó manuscritos olvidados y se valió de expertos para traducir expedientes antiguos. Así construyó su libro El pus de los milagros.
“La vacuna sale de España el 30 de noviembre de 1803 y llega a las bocas del Magdalena el 14 de mayo de 1804. Y a Santafé de Bogotá en diciembre de 1804”, añade el periodista.
A flor de piel, la novela del escritor español Javier Moro, recapitula parte de esta historia desde la visión española, pero Daguer se concentra en lo acontecido con la epidemia en Colombia. Por ejemplo, el traslado de la vacuna a través de 10 niños cartageneros que salieron de La Heroica remontando el Magdalena hasta Honda y que después llegaron a Santafé de Bogotá, imitando la gesta de los 22 vacuníferos originales.
Daguer también documentó cómo las autoridades neogranadinas implementaron estrategias para encarar la crisis mientras la linfa milagrosa arribaba a la capital.
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“El manejo de la epidemia de 1802 fue aplaudido, las autoridades se felicitaron por lo que habían logrado, esta estrategia de haber creado hospitales provisionales, de haber destinado recursos para la población, ellos decían que eso había hecho posible que las muertes fueran muy pocas. En una ciudad de 30 mil habitantes murieron aproximadamente, según las cuentas que nos entregaron, 330 personas”.
Una de las medidas más revolucionarias en materia de salud pública fue que por primera vez se hizo un censo de la población que no había padecido la viruela. ¿El objetivo? Saber cuántas personas eran susceptibles de enfermarse, pues se sabía que quienes habían padecido la infección ya estaban fuera de todo riesgo.
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“Y al saber cuántas personas eran susceptibles de infectarse podían hacer un cálculo financiero de cuánto iba a costar el manejo de la epidemia, podían calcular cuántos medicamentos serían necesarios adquirir e iban a saber el número de habitantes que posiblemente iban a padecer la epidemia. Esta es una primera práctica ilustrada que se aplica en esta epidemia”.
Cuando finalmente llegó la vacuna a la gélida sabana santafereña, en diciembre de 1804, la epidemia de viruela ya había desaparecido nuevamente. En buena medida por cómo el cabildo y los neogranadinos enfrentaron lo ocurrido.
“A pesar de que ya cuando llega la expedición de la vacuna la epidemia ya se había apagado, fue el pretexto para dejar instaladas las instituciones de salud pública de Colombia. La expedición de la vacuna tiene un carácter fundacional en nuestras instituciones de salud pública, uno puede decir que una junta de vacuna fue la tatarabuela de una secretaría de salud.
En un viaje al pasado recorrimos junto a Carlos Daguer los escenarios protagónicos de su libro en el centro de Bogotá. En 1802 la capital tenía 195 manzanas, ocho barrios, 31 templos, 13 conventos y tan solo un hospital.
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Empezamos el recorrido en el actual Parque Santander. Bajo la batuta de los religiosos de la Orden Tercera, ubicada en esta iglesia, se creó en agosto de 1802 un hospital provisional para atender mujeres infectadas con viruela. De 250 internadas allí, 40 fallecieron.
“Para la iglesia era muy importante evitar que los feligreses dejaran de pagar sus diezmos, entonces para la iglesia había un objetivo de salvar la vida de las personas, de atenderlas por caridad cristiana, pero evidentemente también había un propósito declarado en los documentos de que la viruela también podía reducir los diezmos que recibía la institución”, dice Daguer.
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Después pasamos por la Plaza de Bolívar, que hace dos siglos era la Plaza Mayor y que reunía las principales instituciones del Virreinato. Donde hoy queda la Alcaldía de Bogotá estaban el Cabildo y la residencia del virrey. De allí bajamos a la iglesia San Juan de Dios, donde funcionaba entonces el único hospital de la capital, el San Juan de Dios.
Una de cada seis personas que entraban allí salía con los pies por delante, cuenta el periodista.
“La gente entraba para morir, por decirlo de alguna manera, con alguna dignidad y para recibir algún tipo de cuidados, para recibir la caridad cristiana; por eso es que los primeros hospitales fueron creados por órdenes religiosas, eran más, en efecto, un lugar para recibir cuidados en vísperas de la muerte que para salir con vida”.
Terminamos nuestro trayecto en el Archivo General de la Nación, donde Daguer halló los documentos que sustentan su libro. Junto a él revisamos manuscritos invaluables que registraban, por ejemplo, los gastos de los hospitales provisionales de la época o la comida y ropa que les daban a los variolosos.
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“Aquí estamos viendo un legajo que contiene la cuenta de gastos en el hospital establecido en Las Aguas para la curación de viruelas desde el 6 de junio de 1802. Ahí podemos ver cómo adecúan esos hospitales, encontramos que llevan cucharas, que llevan frazadas, que llevan enaguas, que llevan calzones, pero también los alimentos que les daban a los pacientes, uno encuentra mucho chocolate, miel de abejas, arroz, arracacha, cebolla. Eso fue completamente inédito en la historia de las epidemias en el Nuevo Reino de Granada”.
A pesar del inmenso avance en materia de salud, Daguer suelta un dato increíble. Se gastó en el manejo de la epidemia, que duró meses, casi lo mismo que costó el recibimiento que se le dio en Santafé al sucesor de Mendinueta, el virrey Antonio Amar y Borbón.
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“A pesar de que hubo una inversión altísima para la atención de los enfermos, no deja de ser muy gracioso que la suma total de la atención sea muy parecida a los 5000 pesos que se invirtieron para recibir al virrey Amar y Bourbon un par de años después”.
El economista e historiador Cristhian Bejarano fue otro aliado que Daguer sumó en su camino. Revisando los registros de las parroquias de la época, Bejarano analizó más de 16 mil entierros de entonces para extrapolar cuándo se dieron los picos de muertes por viruela en Santafé de Bogotá. Bejarano cuenta que los entierros costaban un dineral en aquellos tiempos y que era usual que los niños muertos fueran dejados en las iglesias.
“Los dejaban tirados en el alto sano de las iglesias, entonces uno siempre encuentra en el libro que en los periodos de epidemia los curas anotan: ‘Hoy dejaron tres angelitos en el alto sano’, al otro día ‘seis angelitos en el alto sano’, sin identificar su sexo ni su nombre”.
En 1558 llegó la viruela a estas tierras que corresponden a Colombia. Desde entonces la epidemia solía reaparecer cada 20 años. Los esfuerzos de la ciencia lograron erradicar esta enfermedad apenas en 1979, es decir 408 años después de que asolara por vez primera a Bogotá y provocara en el mundo millones de víctimas. El último caso registrado en Colombia es de 1966.
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Este libro de Carlos Daguer es un esfuerzo por contar un capítulo apasionante de la salud pública que la mayoría desconocemos. Un viaje al pasado para conocer la historia del pus de los milagros.
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