Una familia del barrio Minuto de Dios de Bogotá puso fin a 32 años cargados de dolor, angustia y sentimientos de culpa. Uno de sus hijos fue robado el 25 de septiembre de 1987 y ahora logró reencontrarse con él tras una incansable búsqueda.
Ana Jiménez, quien era una joven madre cuando se le llevaron a su hijo Johnatan, recuerda hoy las palabras de desespero que rondaban por su cabeza: "No, nadie lo ha visto, nadie lo vio, nadie vio nada".
Aquel día fueron gritos de desesperación. Desde entonces solo unas fotos alimentaron el recuerdo de Johnatan, quien tenía cuatro años.
En horas de la tarde se lo robaron frente a su casa. Juan, su hermano solo un año mayor que él, y Alfonso, el otro hermano de Johnatan, fueron los últimos en verlo. Un recuerdo que ha permanecido con ellos a pesar de la corta edad que tenían y del tiempo transcurrido.
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“Es tomado de la mano y llevado por otra persona. Esa es la memoria que tengo y después escuchar y recordar que estábamos buscándolo y que gritábamos ‘Johnatan’ por todo lado. Ese es el recuerdo de un niño de cinco años que tengo en mi corazón”, comenta Juan.
Alfonso recuerda que esa persona “se acerca y alza a Johnatan y dice ‘ya vengo, voy a llevarlo a comprar unos dulces’”.
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A Alfonso siempre lo atormentó ese momento y durante 32 años se sintió culpable por ser el último que vio a su hermano. Aunque aquella tarde esa situación fue normal para él, pues quien se llevó al niño era un conocido de la familia.
“Cuando pasaron las horas y no aparecía, ahí me di cuenta que lo habíamos perdido", dice.
El día de la desaparición y el 28 de noviembre, cuando Johnatan cumple años, se convirtieron en fechas difíciles para la familia.
“Usted no sabe ni dónde está ni con quién está, si está bien, si está mal, si está sufriendo. Eso es algo que ya solamente la mamá lo guarda en el corazón”. Señala Ana.
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Tiempo después del rapto, la madre de Johnatan confrontó al hombre que se lo llevó. Ella tenía solo 22 años y entonces se enteró de la suerte de su hijo.
"Él me dijo que al niño lo había adoptado una familia de Estados Unidos, que lo tenían por allá, que iba a estar muy bien, que el niño iba a tener lo que yo de pronto no le podía dar, que él iba a estar mucho mejor, que había sido el padrastro que se lo había mandado a llevar, fue terrible”, dice.
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Aquella versión hizo que Ana pensara que había perdido a su hijo para siempre. Sin embargo, a su hermano Juan lo que escuchó no solo alimento el recuerdo, sino el deseo de encontrar a su compañero de juegos.
Pasaron muchos años y solo fue hasta el 2019 cuando un aviso publicitario de internet lo condujo hacia el camino de Johnatan.
"Nunca pensé en una prueba de ADN, pensé en un retrato porque solo teníamos una foto de mi hermano y dije ‘bueno, con esta foto puedo hacer cómo luce él en la actualidad’, pero era muy costoso. Y, cuando vi la publicidad, dije ‘wow’ y les escribí la historia. Me mandaron el kit con la prueba”, relata.
Y muy lejos de donde estaba Juan, su hermano Johnatan hacía lo mismo. Sabía que la familia con la que vivía no era la biológica, sino que lo adoptaron al poco tiempo de su rapto.
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Casualmente, Johnatan y Juan acudieron a la misma empresa para hacer el examen y de inmediato hubo coincidencia.
“Recibo un correo donde me dicen que encontraron una persona que es mi medio hermano, tío o sobrino, por la cantidad de ADN en común. Le escribí a él si sabía algo al respecto y resulta que era mi hermano Juan. Me cuenta la historia y esa fue la primera vez que supe que me habían robado”, afirma Johnatan.
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El contacto telefónico entre ambos duró hasta cuando Juan decidió viajar a Noruega, el país donde estaba su hermano. Nunca estuvo en Estados Unidos como lo dijo el hombre que lo raptó y quien murió seis meses después de su confesión.
En Noruega, Juan se arrodilló para agradecer a Dios, a quien le confió su búsqueda y luego encontrarse con su hermano. En enero de 2020, Juan y Johnatan planearon su viaje a Colombia.
Johnatan estaba ansioso por volver a ver a su madre de quien no guardaba recuerdos, solo pensamientos sobre las razones para no estar con ella.
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"Era una persona extraña para mí. Pensé en quién era ella, hubo mucho sentimiento, nervios, pero al mismo tiempo mucho amor. Entonces, con el primer abrazo sentí todo el amor y era imposible no recibirlo todo”, manifiesta Johnatan.
El abrazo fue en la misma casa donde vivió hasta sus cuatro años, cerca del sitio de donde lo arrebataron de su familia. Un regreso en silencio por las emociones y por la barrera del idioma.
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"No hubo palabras, solamente un fuerte abrazo, el abrazo, el amor. Todo traspasaba porque ni yo le entendía a él ni él me entendía a mí”, expresa Ana.
Y sin importar la barrera del idioma se hicieron las preguntas y se escucharon las respuestas. Descubrieron sus sentimientos y conocieron la verdad.
“Preguntaba cómo había sido su vida, por qué se lo había llevado, que él pensaba que su verdadera mamá era gringa, que lo habían regalado porque no lo querían, cosas así”, indica la madre de Johnatan en medio de la alegría por verlo de nuevo después de más de 30 años.
Un reencuentro digno de una alfombra roja, como la que extendieron en el barrio para recibirlo y como la que hoy, dicen, merece su hermano Juan, quien confiesa que se siente como un niño que logró su sueño: el de volver a tener a su hermano, a quien vio desaparecer el 25 de septiembre de 1987.
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