El sacerdote franciscano, ángel de los habitantes de la calle en Bogotá, habla del hambre y la violencia que enfrenta esta población en medio de la cuarentena.
Si hay alguien que conoce a los sin techo en la capital colombiana es el padre Gabriel Gutiérrez Ramírez. Pocos como él se han metido a los huecos, las ollas y los lugares más temidos y necesitados de la ciudad. Pocos como él han sobado tantas heridas, llenado tantos estómagos e inflado tantos espíritus.
Muchísimos obstáculos ha tenido que saltar, pero hoy hay uno que le preocupa enormemente: la posibilidad de que el coronavirus COVID-19 haga aún más estragos en esta población vulnerable y que la cuarentena termine de hundir en la pobreza a los que ya son los más pobres de los pobres.
“Hemos pasado de una crisis de salud a una crisis humanitaria, donde miles de personas están pasando situaciones muy difíciles. Además del impacto psicológico, el impacto del hambre y la miseria”, reflexiona el religioso.
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Según sus cálculos, en Bogotá hay más de 10 mil ciudadanos en condición de calle. La cifra, en toda Colombia, estaría cerca de los 50 mil. Consciente de que ninguna entidad puede atender a una comunidad tan grande, insta a políticas estatales más humanas y a la solidaridad ciudadana.
“En Colombia no existen ni los dineros ni los recursos para atender a esta cantidad de personas. Las secretarías de integración hacen un trabajo loable, pero no tienen ni la capacidad, ni los funcionarios ni el dinero para atender a esta cantidad de personas. En Bogotá son capaces de atender a tres mil personas en todos sus centros y eso que colocando un número bastante alto. Pero más de diez mil personas se mantienen todavía en las calles, confinados en sus propios parches”, denuncia.
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Para él, más que albergues, se requiere que la asistencia médica y los alimentos lleguen precisamente a los parches, en particular, a los que se encuentran ubicados en los sectores de San Bernardo, Cinco Huecos, la carrilera de la calle 19 y la avenida Boyacá con calle 13, donde ahora hay muchos venezolanos.
“Estas personas, que viven del rebusque y del reciclaje, de la limosna y del retaque, pues imaginemos las condiciones infrahumanas en que están. Muchas organizaciones se han acercado, pero una vez al día, si acaso”, se lamenta.
Frayñero , a quien no le queda grande el hábito de San Francisco de Asís, el patrono de su congregación, sabe que el tema no es solo de comida. Muchos de estos seres humanos, no todos, consumen droga. En medio de la emergencia sanitaria, esa adicción y la abstinencia los deja más expuestos a la violencia de ellos mismos y a la de otros.
“Esas pipas son compartidas por las personas. Dios quiera que no vayamos a tener una desgracia con los habitantes de la calle debido a contagios masivos”, piensa en voz alta.
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Él, que no se ha quedado en la comodidad de una iglesia y ha salido tantísimas veces a las periferias, afirma que también ha habido casos de agresión por parte de policías que han intentado sancionar a los sin techo por no estar en sus “casas”.
“Les quieren aplicar multas porque deben estar en sus casas, cuando sus casas son los puentes, las calles, los parches. Esa es la casa de estas personas”, recalca.
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Lo peor, si lo hay, es que dice que la situación no es exclusiva de los habitantes de la calle. Una cruz parecida están cargando migrantes venezolanos, trabajadoras sexuales, miembros de la comunidad LGBTI, vendedores ambulantes y cachivacheros.
“Estamos viviendo una aporofobia terrible en relación con los pobres, un odio a los pobres terrible, un odio a los emigrantes venezolanos, un odio al diferente”, agrega.
Y ni qué decir de la cantidad de pagadiarios que existen en la ciudad, no solo en el centro.
“Muchos de esos inquilinatos no tienen las condiciones, tienen un aglomeramiento terrible. Algunas personas son humilladas y lanzadas a la calle por aquellos administradores que manejan esos pagadiarios”, señala.
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Por eso, en una declaración que no es un sermón sino más bien una reflexión, pide al gobierno y a los congresistas adoptar medidas urgentes y reales para palear la crisis humanitaria.
“Tenemos que llenarnos también de optimismo para entre todos construir este proceso, a partir de la solidaridad y la exigencia de los derechos humanos para los más pobres”, finaliza.
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Frayñero lidera la Fundación Callejeros de la Misericordia, una organización de carácter humanitario que adelante una campaña para dar desayuno, mientras dure la cuarentena, a por lo menos 100 ciudadanos habitantes de la calle.