Si hay algo que tiene claro Bogotá es que cuando la inconformidad se expresa con arte y cultura el mensaje es poderoso.
Contundente. No fueron cientos, fueron miles los inconformes.
Las calles se volvieron el lienzo de los trabajadores, los estudiantes, los médicos, los informales, simplemente los que están cansados, los emberracados, tan emberracados con la corrupción y el despilfarro como con la violencia.
Los motociclistas, los taxistas…la representatividad de la ciudad marchó.
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El monumento al almirante Padilla en el Parkway se convirtió en un improvisado teatro al aire libre.
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Cada nota, cada compás, fue un grito contra la violencia. Porque aún en tiempos turbulentos, la violencia no representa a Bogotá.
La capital marchó en paz, resiliente, diversa, colorida. Y, sobre todo, convencida de que esta imagen que hoy le da la vuelta al mundo, vale más que mil palabras.
Aunque al final, un lunar. En la Plaza de Bolívar algunos manifestantes provocaron disturbios que, sin embargo, se disiparon rápidamente.