“Ninguna reunión vale más que la vida”, así de claro lo dice Andrés Gutiérrez, quien se contagió con COVID-19 y pensó que perdería la batalla, pero vivió para contarlo.
Dio positivo en noviembre y comenzó un verdadero calvario.
"Me formulan una cantidad de inhaladores, de cuidado en casa, pero la situación se empeoró; lo que me llevó a un estado de urgencia en el que tuvieron que venir a mi casa a recogerme inclusive en ambulancia", dice.
De allí pasó a cuidados intensivos, su cuerpo no respondía al tratamiento y por eso temió lo peor.
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"Escribí un mensaje casi que de despedida para ellas, en el que la posibilidad de no volver estaba sobre la mesa. Un mensaje que no se los envié, solamente se lo envié a mi hermano y le dije: ‘en caso de que no salga de acá, déjeles este mensaje", reveló.
Andrés fue sedado completamente por cuatro días, tiempo en el que prácticamente se desconectó del mundo y, lo más doloroso, de su familia.
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Entonces, la segunda oportunidad llegó, se aferró a la vida y comenzó a recuperarse.
Recibió terapia respiratoria, física, ocupacional y de lenguaje. Duró 21 días en la clínica y ahora finalmente está en su casa enfrentando los efectos no solo del contagio, sino de la hospitalización.
"Por más de que él esté vivo y digamos ya pasó todo, lo que vivió fue muy feo y parte de él se quebró y recuperarse de todo lo que vivió es muy difícil, la muerte no es lo único duro del COVID", dice su hija Laura Gutiérrez.
Es por eso que la familia Gutiérrez no se cansa de repetirle a la gente que debe cuidarse: “tu salida o tu reunión no vale la vida de tu papá o tu mamá”.
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