Andrés Felipe Ballesteros viajó a Tanzania, en África, para celebrar su cumpleaños 28. Pero su sueño se volvió una pesadilla cuando lo llevaron a una prisión en la que estuvo 8 años.
“Celebrar el cumpleaños se convirtió en un infierno. Me envolvieron en algo que nunca entendí y terminé en la cárcel”, dijo tras ser acusado por supuestamente transportar drogas, lo que nunca le pudieron comprobar.
Pensaba “aquí me voy a morir, le mandé una carta a mi hermano diciéndole que me iba morir”.
No dominaba el inglés y mucho menos el suajili, idioma de Tanzania, y tras su captura pagó “una llamada de 200 dólares que me dieron por cinco minutos, yo pensaba en comunicarme para que me sacaran”.
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En prisión, Andrés Felipe Ballesteros dormía en una celda con 90 presos, uno encima del otro, en condiciones infrahumanas.
“Allá todo es échese como un perro, todo es arrodíllese”, aseguró, y sostuvo que “me llegué a enfermar como 16 veces, y cada que me enfermaba yo contaba, 2,3 veces en el año”.
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Sintió hambre, miedo y desarraigo: “Yo pesaba 80 kilos y llegué a pesar 58”.
Pero Andrés Felipe Ballesteros recordaba a sus padres, a su hermano y a sus dos hijos, uno de los cuales tenía 5 meses cuando viajó a Tanzania.
De su familia recibía una carta al año y Juan Ballesteros, su hermano, viajó varias veces buscando su libertad. Afirmó que “nunca perdimos la esperanza, siempre estuvimos llenos de fe y sobre todo mandándole cartas”.
Cuando por fin lo dejaron salir de prisión y regresó a Colombia “un agente de migración me dijo ‘no se preocupe, lo estamos recibiendo aquí personalmente’, ahí me sentí libre”.
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Su papá, Guillermo Ballesteros, afirmó que volvió a nacer, "porque yo ya con 70 años yo pensé que no iba a volver a ver a mi hijo, 8 años sin verlo”.
En Tanzania aprendió a valorar más a su familia, le tomó amor a los libros, aprendió un nuevo idioma e incluso dejó varios amigos. Ahora quiere estudiar sociología para ayudar a muchos en su misma situación.
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Tras una conversación larga y tendida, Andrés Felipe Ballesteros recibió una sorpresa: ver a su hijo, que dejó siendo bebé y al que ocho años después agarró de la mano para asegurarse de que nunca más la soltará, así como a su libertad.