Para María Inés Ortiz es claro que la vieja es la cédula. A sus 88 años, es una de las influencer más reconocidas de Antioquia y lo logró enseñando deliciosas recetas. No es la más experta en tecnología, pero sabe que el ingrediente perfecto de su existencia es querer salir adelante.
“Cuando estoy aliviadita, yo cocino de todo lo que quiera hacer: frisoles, sancocho o lentejas, y así de todo lo que invento”, dice doña María Inés Ortiz.
Para Andrea Arias, nieta de la abuela influencer, es “muy bacano que inspire a emprender, porque muchas inseguridades frenan a una persona. Muchas personas se limitan por la edad”.
Lleva un año y medio descrestando a los usuarios de redes sociales con sus conocimientos. Aunque ella pertenece a los viejos tiempos, sus arrugas registran muy bien en las fotos y videos.
“Me dicen que me veo muy bonita y todo eso. Lo que me propongo hacer lo hago”, cuenta la abuela influencer.
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Doña Inés es la voz de la experiencia. Pese a que manejando el celular muchas cosas se le complican, siempre está su nieta Andrea para asistirla: “Le ha servido mucho en el tema emocional, ella antes se mantenía en una rutina, pero ahora está entretenida todo el tiempo”.
Gracias a lo que gana por sus redes sociales, ha mejorado su cuarto, se ha comprado sus medicinas y hasta piensa en cumplir más sueños. Dice que lo que hay es tiempo.
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“Me siento muy feliz porque me quieren, por todo, porque me quieren mucho y me llevan a pasear”, confiesa la abuela influencer.
Ser viral es lo de doña María Inés. Cuando está frente al celular, es tan feliz que bloquea sus enfermedades, comparte los triunfos de otros y le da Me gusta a sus videos llenos de amor. Esa es para ella la receta de la felicidad.
Empresario paisa vendió hasta la ropa y ahora recorre el mundo en bicicleta
Otra de esas historias positivas de Antioquia recopilada por la querida reportera Érika Zapata fue la de Freddy Alexander Uribe, quien pasó de ser un gran empresario paisa de Medellín a convertirse en una persona que se recorre el mundo en una bicicleta. Lo vendió todo y asegura que no se arrepiente.
“Me enamoré de esa manera de vivir, de esas aventuras, y me quedé en ese paseo que iba a hacer de unos pocos meses y me quedé viviendo así. Pero no era una decisión inicial”, reconoce.
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Ahí fue donde realmente encontró la felicidad. Vendió su empresa, su casa, sus electrodomésticos y hasta su ropa. Desde el 2017 anda en una bicicleta, con unas pequeñas maletas, donde le caben sus cositas, las que le permiten ser feliz.
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“Me cabe toda mi casa. Me cabe desde unas ollas, un fogón, mis platos, mis pocillos, mis cucharas; voy con leche, azúcar, chocolate, mantequilla, galletas, pan”, cuenta.
“Es muy teso, porque tomar una decisión de uno dejar todas las comodidades de la casa y decir que va a salir a ser feliz, sabiendo que va a pasar muchas necesidades en la calle, me parece algo complejo. Pero viendo al hombre, veo que en realidad es feliz, y con muy poco”, reconoce su amigo Diego Espinoza.
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Ya ha recorrido más de seis países. A sus 50 años, dice que tiene toda la vitalidad para darle tres vueltas al planeta: “Yo sobrevivo elaborando y vendiendo artesanías, son unas bicicleticas que hago en un alambre de aluminio, con un par de arandelas. Aprendí a ser muy animalista, vivo con un presupuesto muy bajo”.