Un hombre condenado a muerte en Alabama, Estados Unidos, que sobrevivió a una inyección letal en el año 2018, murió en la cárcel a los 64 años por un linfoma que le había sido diagnosticado en 2014.
El caso de Doyle Hamm ganó notoriedad en los medios hace 3 años por la fallida ejecución, que, según dijo su defensor, Bernard E. Harcourt, al medio The New York Times “solo puede describirse como tortura”.
Hamm fue sentenciado a muerte desde 1987 por el asesinato del trabajador de un motel en Alabama, el cual asaltó.
En 2018, cuando se autorizó que le aplicaran la inyección letal, las venas del condenado tenían serios daños por el tratamiento al que se sometía debido al cáncer que padecía.
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Quienes debían inyectarle las drogas pasaron más de dos horas y media chuzando la ingle y piernas de Hamm, tratando de encontrar una vía intravenosa, pero fue imposible.
El abogado del preso sostuvo que con esos intentos, su cliente pudo sufrir perforación de la vejiga, de una arteria o ambas, y que atravesó una "agonizante, tortuosa y fallida" ejecución.
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La pena por inyección letal se suspendió porque la orden vencía a la medianoche, hora que ya se acercaba, pues los intentos por administrarle la sustancia iniciaron a las 9:00 p.m. y terminaron a las 11:27 p.m.
En una polémica declaración en ese momento, Jeff Dunn, el Comisionado de Correcciones de Alabama, manifestó: "No necesariamente caracterizaría lo que tuvimos esta noche como un problema".
Ante la fallida ejecución por inyección letal y mediante un acuerdo con la defensa del condenado, la pena fue cambiada a cadena perpetua.