El líder Luis Torres pasó por el exilio, la cárcel y hasta habló con las FARC para regresar con su gente al pueblo que las AUC intentaron desaparecer.
Después de la masacre en el año 2000 vino el éxodo de 4 mil personas, entre habitantes del casco urbano y las siete veredas que conforman el corregimiento de El Salado, en Bolívar.
"Salí con miedo y temor del berraco. Jamás en mi vida había pensado estar en esa situación", recuerda Lucho, como conocen en la región a este líder comunitario.
Diez años después de la masacre se tenía un registro de 730 retornados y actualmente viven en la zona unos 1.200 saladeros.
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Lucho vivió un calvario para regresar a su tierra con sus coterráneos.
Según él, "le estaba haciendo un favor a Colombia, a mi país, a la región, haciendo lo que debió hacer el gobierno, que no lo hizo en su momento, recoger a toda esta gente que estaba suelta y discernida por todo el territorio que estuvo pasando necesidades, que clamaban que la parte donde querían estar y donde mejor podían estar era aquí, y ese fue mi trabajo y por eso me metieron preso".
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Recuerda que para la época de la masacre se intensificó "esta guerra muérgana, sucia y matacampesinos".
Pero en ese entonces se dio cuenta que era peor el hambre, las enfermedades y la dignidad pisoteada en las calles de ciudades donde los saladeros quedaron como mendigos.
Lucho dice que pensó que si eran "un grupo de cincuenta y pico familias, que si las multiplico por cuatro me dan un número de tantos, y si busco a los que están en Santa Rosa y en Sincelejo… voy a crear nuestra organización".
Fue así que nació la Asociación de Desplazados de El Salado, Bolívar.
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Primero eran un grupo temeroso de conocidos y poco a poco, durante dos años y después de muchas reuniones clandestinas en las sacristías de las iglesias de los pueblos donde los sacerdotes se solidarizaban con su causa, decidieron que estaban listos para regresar.
"Invité a Raimundo y todo el mundo, con las patas que me temblaban del miedo", cuenta el líder comunitario.
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Y sin garantías de seguridad decidió viajar al Caguán, donde los cabecillas de la guerrilla de las FARC estaban en diálogos con el gobierno de Andrés Pastrana.
Tras hablar con los combatientes, afirma, le dijeron “que nos viniéramos, que con nosotros no había problema”.
Pero reconoce que no fue capaz de hablar con los paramilitares, aunque se lo insinuaron varias veces.
En la última reunión secreta decidieron que retornarían a El Salado el 18 de febrero, porque "si un 18 de febrero salimos en estampida, corriendo para salvar el pellejo, un 18 de febrero vamos a entrar triunfantes con una bandera blanca y grande en la mano para que esa fecha pase a la historia y no que la historia pase por encima de esa fecha".
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Y fue así como en el 2002 salió del parque central del Carmen de Bolívar una caravana de 18 jeeps, que no les alcanzaron para movilizar toda la gente que los siguió a pie.
“Cogí la bandera blanca y me monté en la defensa del carro y gente delante de mí corriendo... me erizo”, dice mostrando su piel con los pelos de punta.
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“Al entrar al pueblo les dije: ‘¡Compañeros, tenemos pueblo!’. Ese día llegó el posconflicto, nace aquí en El Salado”, agrega.
Para Lucho, el Estado tiene una deuda principal con las víctimas de la masacre: justicia.
“¿Por qué nos hicieron esto? ¿Quiénes fueron o quiénes los mandaron? Porque los perpetradores sabemos que fueron algunos que ya salieron, que estuvieron presos, que los extraditaron, que mandaron la verdad para afuera. Pero, ¿y los otros? ¡Que nos respondan!", exige.
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