Un Chelsea sobrado de confianza se clasificó para las semifinales de la Champions tras lograr un más que reñido empate a cuatro en Stamford Bridge ante un Liverpool al que le pesó el lastre de la ida y que tuvo que decir adiós, pese a haber estado muy cerca de otra de sus remontadas épicas.
Era casi una misión imposible para un conjunto bendecido, históricamente, por la buena fortuna. El 1-3 que les asestaba el Chelsea en su templo de Anfield dejaba un árido panorama por salvar a los hombres de Rafa Benítez. Aunque no estuvieron tan lejos.
Esta noche en la fortaleza "blue", en un Stamford Bridge abarrotado, no pudo ser y los "reds" quedaron apeados de un torneo que tradicionalmente saca lo mejor de este club. El que ganaron en una noche mágica en Estambul en el 2005 en una gesta inolvidable ante el Milán.
El entrenador madrileño estuvo pendiente de su capitán, Steven Gerrard, clave para transformar partidos hasta el último minuto, aunque finalmente lo excluyó de la convocatoria en favor del brasileño Lucas Leiva y cedió el brazalete de la capitanía a Jamie Carragher.
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Frente a un once que salía sin nada que perder, su anfitrión: una formación que salía derrochando confianza y que atentó ya en el segundo minuto de juego con un centro del marfileño Salomon Kalou para poner a prueba los reflejos del cancerbero español Pepe Reina.
Comenzaban a mover la bola en el medio campo Arbeloa, Xabi, Kuyt y Mascherano en el ordenado "bloque Benítez". El Liverpool arrancaba tanteando a su adversario; probando el terreno, con buena coordinación. Buscaba la proeza que en el 2005 les dio, cuando nadie daba un duro por ellos, la Copa de Europa en otra misión inabarcable.
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Ante la disposición y las ganas visitantes, esperaban los hombres de Guus Hiddink, apoyados en la cómoda ventaja de la ida, en la que hicieron oídos sordos a los gritos de "The Kop", y que parecía que saldrían por jugadas a la contra, a juzgar por el comienzo del partido.
Desde el silbato inicial, los locales apretaron a los hombres de Benítez, una presión que trató de contener el Liverpool con una gran jugada del israelí Yossi Benayoun a Fernando Torres, que generó tensión en el área londinense.
El Chelsea tuvo una ocasión clara en el minuto 13, con un lanzamiento de falta de Frank Lampard que salió desviado por el palo derecho de la meta de Reina. Suficiente para oler el peligro y para hacer que las alarmas del Liverpool saltaran.
Que el Liverpool goza de buena fortuna lo sabe todo el mundo en Inglaterra y en esta primera mitad, el factor suerte tampoco le dio la espalda.
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La plantilla visitante lograba bloquear la fortísima presión "blue" para estrenar el marcador y lograr a los 19 minutos de partido ese ansiado primer gol del que tanto hablaba Benítez la víspera. Lo marcó el brasileño Fabio Aurelio con una falta directa que se coló pegado al palo izquierdo de la meta del checo Petr Cech.
Ese tanto dio chispa al encuentro y motivación al conjunto visitante.
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Pero quedaban más sorpresas. De nuevo, el ángel de la guarda del club de Anfield acudió en su auxilio en forma de penalti. Ocurrió en el minuto 26, cuando el árbitro, el español Luis Medina Cantalejo, pitó la pena máxima.
Fue, irónicamente, debido a una falta cometida por el "héroe" del primer encuentro de la eliminatoria, el jugador serbio Branislav Ivanovic, que agarró a Xabi Alonso en el área para que el ex de la Real Sociedad transformara su falta en un segundo gol para un Liverpool cada vez más esperanzado.
Stamford Bridge enmudeció. De pronto, nada parecía imposible. ¿Factor suerte, otra vez? En cualquier caso, los "reds", que salían sin nada que perder, se colocaban un paso más cerca de lograr la remontada inalcanzable.
Los hinchas locales jaleaban a su equipo y el Chelsea volvía a las andadas tratando de neutralizar los avances de un visitante que se volvía a ratos más incómodo.
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Otra falta lanzada por Lampard la remató Alex, que obligó a intervenir a Reina, que lograba abortar el amago de gol.
El paso por vestuarios dio determinación a un Liverpool que ahora se creía capaz de todo; pero también empujó al once de Hiddink, consciente de lo que podían perder si se relajaban. Y espabilaron.
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Una negligencia de Reina le costó carísima al once visitante, que encajó un doloroso gol de Didier Drogba en el minuto 51. Un momento que añadió drama a la temporal racha de euforia del equipo más 'español' de Inglaterra y que animó, de paso, a los seguidores del Chelsea.
Y de pronto, se alteró el guión, con un Chelsea que reclamaba lo que consideraba suyo. Le tocó el turno esta vez al brasileño Alex, que niveló el marcador con un potente lanzamiento de falta que no pudo detener el portero español y que tranquilizó sobremanera al club de Roman Abramovich.
El anfitrión se embaló y a Reina le tocó frenar una embestida del germano Michael Ballack, por la izquierda, a un pase de Ashley Cole. Pudo haber sido el tercer tanto para el Chelsea.
La recta final fue frenética. Sucesión de goles en cuestión de instantes. El Liverpool encajaba otro doloroso tanto de Frank Lampard, que remató un pase de Drogba.
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Y, para mayor emoción, el Liverpool replicó en cuestión de sólo tres minutos, el tiempo que tardaron el brasileño Lucas, primero, y el holandés Kuyt, después en poner por delante a su equipo. Pesaba todavía, eso sí, el lastre numérico de la ida. Pero el nerviosismo se instaló de nuevo en la afición local.
Volvió a empatar Lampard -capitán hoy de los 'blues', en ausencia de John Terry- y esta vez ya no hubo más momentos mágicos para el Liverpool.
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Fue el Chelsea, un club reacio a ampararse en el "factor suerte", como recalcó su técnico el día antes, el que avanzó camino de otra final europea. A la que aspira el Barcelona, al que se medirá en las semifinales.
Sin grandes afanes el Barcelona avanzó
Sin el lustre del partido de ida, pero con la eficacia que le permite su amplio catálogo de recursos, el Barcelona tramitó en el Allianz Arena de Múnich su eliminatoria ante el Bayern con un empate (1-1) que le clasifica para las semifinales de la Liga de Campeones.
De menos a más durante el partido, el Barcelona se recuperó de un inicio incómodo para acabar silenciando el estadio del Bayern. Si en la primera parte salvó la papeleta con un fútbol práctico, en la segunda pudo desplegar el juego que ya le ha situado entre los cuatro mejores del continente. Nunca temió por la eliminatoria, sentenciada ya en Barcelona (4-0).
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Mermado por las ausencias de Schweinsteiger y Podolski, el Bayern quedó a expensas de la inspiración de Ribéry, puro talento. Pero más allá del francés, el Bayern fue un desierto futbolístico, un equipo metalúrgico. Planteó un partido más físico que en la ida, arropado por la sonoridad de su estadio, pero su fútbol no estuvo a la altura de la solemnidad del recinto.
A empujones, el equipo de Klinsmann intentó cohibir al Barça, que plantó cara en la batalla psicológica, fiel a su estilo de afrontar cada partido como si fuese el último, por más que el 4-0 de la ida le permitiese un cómodo margen de error.
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En partidos así, los primeros minutos son decisivos. Una jugada pudo cambiar el panorama de la eliminatoria. Abidal, de nuevo titular después de casi dos meses de lesión, regaló la pelota a Sosa. Su centro desde la banda derecha sólo lo acarició Toni. Un gol hubiera puesto en apuros al Barça. El error del delantero italiano certificó que la eliminatoria no tendría historia.
Con 45 minutos de retraso, el Bayern movió el marcador. Lo hizo Ribéry, el faro futbolístico del conjunto alemán. A la salida del descanso, con los jugadores del Barcelona aún atándose las botas, llegó al área azulgrana, sentó a Valdés y firmó el 1-0.
No se inmutó el Barça, dueño de la pelota en el estadio bávaro. Respondió con entereza. Desactivó el posible aluvión del Bayern, que sólo se quedó en una declaración de intenciones. Los alemanes parecieron conformarse con una victoria por la mínima para cumplir el deseo de su entrenador, caer con honores.
El Barça, en cambio, no está para firmar derrotas. Es un equipo ambicioso y vive instalado en un optimismo febril que le permite disfrutar de su fútbol por encima del miedo a la remontada del rival.
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Anclado por Touré, una montaña en la medular, y dirigido por la sutileza de Xavi, el Barcelona gobernó el partido en la segunda parte con una autoridad incontestable. Apareció Iniesta y Messi pidió la palabra. Enfrente, el Bayern no encontró manera de persistir en una remontada imposible. Su juego terminó en el gol de Ribéry. Ni volvió a pisar el área de Valdés.
Después de un frustrado remate de Eto'o a dos metros de Butt, el Barça encontró el gol que premió su esfuerzo. Iniesta, Eto'o y Xavi combinaron en el área de Butt como si fuese un entrenamiento del 'Dream Team'. El rondo lo cerró Keita, que remató a la red el balón cedido por Xavi desde el punto de penalti. Fue el mejor ejemplo del fútbol coral del Barça.
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El empate cerró definitivamente la eliminatoria, abierta con un espectáculo futbolístico en el Camp Nou y clausurada con un gol de 'estilo Barça', frente a la impotencia del Bayern.
No le quedó otra al equipo alemán que rendirse ante el fútbol del Barcelona, que avanza con pie firme en Europa después de crecer en Múnich. A partir de un arranque sobrio, acabó dictando una lección de fútbol colectivo. En semifinales ya le espera el Chelsea.