Las consecuencias son evidentes. Además de un virus nuevo, hemos enfrentado a una emoción primitiva, poderosa y más contagiosa e imparable que el mismo coronavirus: el miedo, que alimentado por la incertidumbre, el aislamiento, la desinformación, el duelo y la quiebra económica, entre otros, está detonando o agravando trastornos de salud mental.
Estamos viendo la punta del iceberg, solo los cuadros más graves, porque quienes sufren emocionalmente tienden a ocultarlo.
“Yo sentía miedo a los 15 años como de hablar de esto con alguien, decirle ‘mira pasa esto’. Da miedo porque no sabes si te van a juzgar, a burlarse de ti”, revela Luz Ángela Puentes, diagnosticada con depresión.
Históricamente, los problemas y trastornos mentales se han negado. Como si fueran algo que le pasa a los demás, cuestión solo de titulares o hasta de ficción. Trastornos de personajes como José Arcadio Buendía, el fundador de Macondo y el primero de la estirpe condenada a cien años de soledad.
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“José Arcadio Buendía tiene un diagnóstico de esquizofrenia paranoide. Él ha presentado fenómenos alucinatorios, de interpretaciones erróneas de la realidad, que lo llevaron a ideas delirantes”, dice César Arango, presidente de la Asociación Colombiana de Psiquiatría Biológica.
“El que llegó más cerca de su enfermedad fue el sacerdote del pueblo. El padre Nicanor aprovechó la circunstancia de ser la única persona que había podido comunicarse con él para tratar de infundir la fe en su cerebro trastornado. Ni Úrsula, su esposa, logró descifrar los síntomas. Tampoco el sistema de salud macondiano”.
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Y aunque todo esto es pura ficción no está lejos de la realidad.
“Nos toca ver con frecuencia cómo algunos pacientes antes de llevarlos al psiquiatra son llevados a exorcismos o digamos procedimientos de brujería”, explica el doctor Arango.
Los estereotipos, prejuicios, desconocimiento y estigmas han puesto un velo sobre la salud y la enfermedad mental.
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¿Cuánto tiempo pasó desde el inicio de los síntomas hasta el diagnóstico?
“Empecé con síntomas antes de los 14 y casi a los 18 me diagnosticaron. Pero fue como a la fuerza, porque a ese punto me tomé unas pastillas”, explica Luz Ángela.
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Así le pasa a la mayoría de pacientes, el diagnóstico suele demorarse entre 2 y 10 años y en esta, como en cualquier otra enfermedad, ese tiempo perdido empeora el pronóstico.
“Cuando llegan al psiquiatra tenemos pacientes muy cronificados que pudo habérseles dado solución desde el principio, que debieron ser lo más funcionales posible y ahora comenzamos a pelear con rehabilitarlos, reintegrarlos”, explica Katherine Parra, psiquiatra de la clínica La Paz y especialista en derecho médico.
Liliana Betancourt, psiquiatra de niños y adolescentes, asegura por su parte que: “Cuando llegan esos cuadros instaurados y podemos ver la historia clínica del paciente pues si es doloroso ver que esto sí se había podido evitar”.
Sin duda, otra hubiera sido la historia de José Arcadio y, por supuesto, de Macondo si él hubiera recibido tratamiento a tiempo.
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“Hubiera podido tener una vida concurrente, digamos, con su entorno social, pero la situación que le ocurrió es la situación que le ha ocurrido a miles de enfermos mentales en la historia de la enfermedad mental. Que han terminado aislados completamente”, señala el psiquiatra César Arango.
Programas de promoción de la salud mental desde la infancia, y de prevención, tratamiento y rehabilitación pueden evitar la enorme carga individual, familiar, social y financiera.
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Pero una cosa es lo que se debe hacer y otra la que se está haciendo.
“Tenemos una atención primera en salud mental triste, pobre”, explica la doctora Parra.
“Creo que hay que dar un enfoque más comunitario a la salud mental, donde se dé integralidad al paciente, y no esperar a que nos lleguen los intentos de suicidio para poner remedio”, indica por su parte Pedro Aguilera, director general de la clínica Emmanuel.
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La atención en salud mental se ha limitado al hospital, cuando este debería ser la última opción, como se firmó en la Declaración de Caracas en 1990.
Incluso en ese enfoque miope y tardío de la atención hospitalaria de la enfermedad mental estamos fallando.
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“Me ha sido imposible tener una psicoterapia normal y cuando la tuve fueron 20 minutos”, relata Luz Ángela.
“Se tiene el dato de que solamente el 17% de colombianos tiene acceso de alguna manera a la salud mental, el 83% de la población tiene una atención muy baja con respecto al tema”, explica el doctor Guillermo Mejía, médico con PhD en Psicología.
Esto no debería pasar, entre otras, porque después de muchas políticas, sentencias, resoluciones y decretos, y con las mejores intenciones, en el año 2013 se promulgó una amplia y completa ley de salud mental.
“Es una hermosa ley, pero quién la cuida, donde está la obligatoriedad, donde están sus reglamentaciones, no las tenemos”, se lamenta la doctora Parra.
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En eso coincide el doctor Aguilera, director de la clínica Emmanuel: “Uno ve con el retrovisor y estamos igual, no hemos tenido ningún impacto, seguimos igual que hace 7 años”.
En el papel el paciente tiene 16 derechos, pero en la realidad el triple de obstáculos.
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“Por ejemplo, los planes complementarios y las pólizas de salud no reconocen los intentos de suicidio como parte de una enfermedad sino algo voluntario y no son cubiertos”, añade Katherine Parra.
¿Le sorprende? pues las pólizas y prepagadas tampoco cubren la rehabilitación de farmacodependencia, y aunque se han hecho varias actualizaciones del POS, hoy el plan de beneficios está condicionado para ciertos diagnósticos, cuando son tecnologías mucho más baratas y con menos riesgos si se comparan con las disponibles para el manejo de otras enfermedades.
“No debe ser una carga la enfermedad mental, debe ser una enfermedad crónica como la diabetes, como cualquier otra”, agrega Parra.
En otra cara de la atención, por ejemplo, en el número de camas de salud mental por cada mil habitantes, comparada con otros países, Colombia está rezagada. Tener una unidad de salud mental con todos los estándares requiere de gran inversión, pero las EPS pagan poco por el servicio.
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Pero no solo los pacientes sufren las consecuencias del abandono de la salud mental y estigma.
Los especialistas en salud mental no reciben los mejores pagos y ganan muchas veces menos que médicos de otras disciplinas, a pesar de que tienen la misma formación y deben estudiar permanentemente.
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Todo esto contribuye a la escasez de fuerza de trabajo interdisciplinario.
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Aunque queda tela por cortar es más que evidente que la salud mental sobrevive en medio del déficit crónico.
Y eso sin hablar de poblaciones vulnerables como son, recientemente, los trabajadores de la salud o, de tiempo atrás, las víctimas del conflicto armado, la población privada de la libertad, la rural, los indígenas, entre muchos otros.
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“La salud mental no se ve como un tema prioritario que hay que atender. Los pueblos indígenas del Putumayo han estado solos”, señala Gina Coral Palchucán, psiquiatra de la Clínica de la Amazonía.
Ha faltado ese enfoque integral, comunitario y diferencial, un tema agravado por la pandemia.
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“Entre abril y mayo, 7 de cada 10 personas que ingresaban aquí lo hacían por una conducta suicida relacionada con problemas depresivos, ansiosos. Para el mes de junio ya aumentaron los problemas de ansiedad relacionados con el consumo de sustancias psicoactivas, alcohol, marihuana, cocaína”, revela la doctora Coral.
Justo cuando la atención en salud mental está en crisis llega la pandemia.
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Sus efectos han sido devastadores, según la OMS la pandemia ha perturbado o paralizado los servicios de salud mental esenciales del 93% de los países del mundo.
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“No es sentarse a esperar qué va a pasar después de la pandemia, sino comenzar a tomar acciones desde ya para prevenir el impacto de lo que se viene; y también para acompañar en estos momentos tan difíciles a la comunidad”, apunta la doctora Katherine Parra.
Lo anterior lo complementa el doctor Aguilera de la Clínica Emmanuel, “tenemos que estar preparados porque si no actuamos en este momento, pues el día de mañana vamos a tener que cambiar las camas de la UCI por camas en unidad de salud mental”.
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Sin salud mental no hay bienestar, ni progreso. Todas las personas merecen vivir felices.
Esa necesaria y esperada reestructuración de la atención psiquiátrica ya está escrita. Ahora hay que materializarla de manera rápida y decidida. De lo contrario, todos seremos responsables de que a la salud mental le pase lo que a Macondo, que vivió el azote de la peste del olvido o, peor aún, lo que le pasó al primero de esta estirpe maldita.
José Arcadio Buendía permaneció en el patio atado a un árbol, días antes mostró poca lucidez y su familia decidió atarlo en el castaño.