Hablar del mundo que antecedió a las redes sociales parece tan antiguo como los papiros o las pirámides. De tal forma nos revolcaron como sociedad que alteraron para siempre nuestra forma de entender la vida.
Empezando por el sentido del tiempo. Un trino o un post de hace una hora parecen una crónica de Indias. Todo envejece tan rápido en las redes que digerir el mundo a esas velocidades nos causa reflujo. Y, sin embargo, nuestro antiácido es también nuestra obsesión: seguir deslizando una y otra vez la pantalla del celular, no vaya a ser que nos perdamos la siguiente fotografía que seguramente olvidaremos mañana.
“Yo veo ahí varias cosas. Hay una primera que me parece muy interesante, que es que la megalomanía, que es una cuestión de la infancia. Es decir, los niños piensan que el mundo gira alrededor de ellos. Se está sobreviviendo todas las etapas hasta la adultez gracias a las redes. Hay viejos de 35 años que pueden sentir que el mundo gira alrededor de ellos porque ponen un tuit por la mañana y 100 personas le ponen un like, y quién no siente qué es el más importante del mundo si 100 personas se lo dicen”, explica el escritor Ricardo Romero.
Además de esa hoguera de las vanidades, al escritor y columnista Ricardo Silva Romero le preocupa el pensamiento de manada que circula por las redes, la urgencia por apedrear al otro, por destriparlo y humillarlo si se resbala.
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“Yo creo que tiene un problema fundamental ese pensamiento de manada y esa dinámica de redes. Creo que el mayor problema que hay es que se despoja todo de su contexto y de sus matices. Es muy fácil reducir a los demás a un par de rasgos y de frases sueltas en las redes, es muy fácil volver a cualquiera meme y lanzarlo a las fieras.
Eso es muy grave porque somos nuestro contexto y somos nuestros matices y es una forma de aniquilación, muy efectiva que debería haber devuelto la violencia un paso hacia atrás. Es decir, a una aniquilación virtual y habernos librado ya de tanta violencia física real, pero sí, eso para mí es lo más grave de la dinámica de manada, de horda. Termina siendo un método de destrucción del otro que, además en una sociedad como la nuestra, pues es una cultura de aniquilar al otro. Ningunear es una palabra que tendría que haber nacido acá y sí que las redes lo permiten”, explica el escritor.
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Mauricio Gómez, más conocido como La Liendra, es toda una celebridad en ese mundo 2.0. Tiene 21 años, 5 millones de seguidores en Instagram y Facebook y su propia teoría sobre las redes.
“Te tengo la respuesta correcta de por qué en las redes hay tanto odio, porque las redes sociales se hicieron primordialmente para compartir tus momentos felices y a la gente no le gusta verte feliz. Ese es el punto, la gente por las redes son las más tóxicas y las más groseras que existen (sic).
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No hay peor persona, más grosera, que una persona detrás de un celular o un computador. Entonces yo creo que las redes sociales son una cosa hermosa, pero son una cosa también muy cochina”, dice La liendra.
Esa certeza sobre los peligros de las redes tampoco le hacen olvidar que les debe todo a ellas.
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Sin Instagram o Facebook, quizá La liendra seguiría rebuscándose la vida como antes, recogiendo café o como ayudante de construcción. Hoy, en cambio, es un influencer, sea lo que sea que aquello signifique, y como influencer nos dice lo siguiente:
“Vivimos en una época donde le dices ‘te amo’ a todos tus amigos y no a los de tu casa. Vivimos en una época en donde la falsedad y la hipocresía y aparentar más es más importante que estar con los que en serio quieres estar. Y en esto tiene que ver mucho las redes sociales, porque en la red social tienes tu mundo de fantasía, eres lindo a tu forma, puedes subir la foto que a ti te gustó”, explica el joven.
No se trata de satanizar las redes, faltaba más. Son estas una moneda al aire, siempre con dos caras y dependiendo de su uso, tienen un costo.
Carolina Botero, de la fundación Karisma, pone las cosas en perspectiva.
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“Las redes sociales son una herramienta muy importante de libertad de expresión, sin duda no es una panacea, pero creo que hacemos un flaco favor cuando pensamos que solamente es territorio comanche. Las plataformas han servido para darle voz a la gente y hay muchas cosas que no habríamos sabido si no fuera por las plataformas.
Piensa tan sólo en la violencia de las últimas protestas: eso se ve y se sabe porque hay plataformas, porque hay gente que puede contarlo”.
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Para Botero, la clave para aprovechar mejor estas plataformas reside en la capacidad de las audiencias por autorregularse, por saber qué consumen y a quién le creen.
“Hace 10 años todos pedíamos que no hubiera regulación. En este momento hasta Zuckerberg está pidiendo que lo regulen, están pidiendo "díganos entonces cómo manejamos esto". La regulación se viene. ¿Cómo hacemos para que sea una regulación respetuosa a los derechos humanos, que el negocio esté limitado? Tenemos que recuperar el tema de los datos”, explica.
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Internet y las redes nos ampliaron el mundo. El conocimiento está todo allí, pero hallarlo no es un camino de rosas. Aprender a navegar en medio de ese caos es una epopeya en estos tiempos de mentiras y videos virales.
Agarrar un libro, leerlo debajo de un árbol y no compartirlo con la galería es casi un acto de resistencia, dice la escritora Yolanda Reyes.
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“Hay gente que va a comer algo, pero primero toma la foto de lo que va a comer (risas), y en ese tomar la foto y ver hay cosas compositivamente muy bellas. No sé si te ha pasado, pero preparas, pones una mesa y dices ‘esto está lindo’ y le tomas una foto; a veces ese no detenerse en la mirada propia o que la mirada tenga que ser validada por un teléfono como que nos hace perder la idea de estar en el momento viviendo”, señala la escritora.
Es decir, ¿nos perdemos del mundo 1.0 por tratar de embellecer el mundo 2.0? ¿Para qué?, como si lo que no estuviera en las redes no existiera. Pero, ¡existe! No obstante, resistir a esa dictadura del algoritmo y la burbuja, que aceptamos para satisfacer nuestro espíritu de mirones, cada vez es más difícil.
“Y la tiranía del clic es que también es tu autoestima. Si no tienes no sé cuántos likes no eres nadie, y además así también te juzgan”, señala Reyes.
Rosa Moreno tiene casi 70 años y 91 mil seguidores en Twitter. Es abuela, es pensionada y es un fenómeno en esta red social. Desde su casa en Medellín crítica al poder con la sabiduría y el reposo de los años.
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“Te cuento que a mí no me han atacado masivamente nunca, lo que me dicen es vieja y mamerta, dos cosas que soy y que no niego y que no se pueden negar (risas)”.
Para ella las redes tienen el lío de la inmediatez sin contexto y de las vísceras que hablan por encima de la razón. La libertad de opinión, dice, no es una licencia para injuriar impunemente. Su consejo es el siguientes antes de cualquier trino: “Hay que tener una actitud crítica y mirar y confirmar, y mirar por varias fuentes o esperar un rato”.
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¿Y el amor? las redes también alteraron lo que asociamos al amor y al sexo. Siempre a un clic de ellos. Son los nuevos bares, y las plataformas son el barman que no pregunta cómo terminó la noche.
“Hay que desdramatizarlo. Son personas conectándose, son relaciones interpersonales que uno podrá decir la fidelidad o la monogamia es más importante, pero eso me parece que parte de uno. Hace bien quien lo quiere vivir sin culpa”.
Lo dice desde Argentina Matías Lamouret, representante de la red social Second Love, creada para que personas casadas o con una pareja estable pueden tener una aventura con alguien en su misma condición. Una plataforma con 17 millones de usuarios en el mundo y 100 mil en Colombia.
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“El día donde hay más conexión son los días los lunes y martes después del fin de semana, y después de la vida familiar es donde acuden a este tipo de redes. Los horarios: el mediodía y la última hora laboral. La hora sería en algunos países las cuatro o las cinco de la tarde”, cuenta.
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Tantos mundos a un clic de distancia. Ricardo Silva añade que las redes funcionan como minidocumentales de los amores que van y vienen.
“Hoy en día uno puede seguir casi documentales sobre las parejas en sus redes sociales: desde que se conocen, desde que se comprometen para casarse, uno puede ver el matrimonio, puede ver cuando tienen hijos y cuando se separan”, dice.
Y todo se complica aún más en estos tiempos de pandemia. Juan Esteban Constaín, sin embargo, nos lanza el siguiente salvavidas.
“Al final los amores que sobreviven a la peste es porque estaban destinados a ser eternos y eso es muy bonito”.
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Sobrevivamos, pues, a la peste y a la ansiedad exacerbada por las redes ahora que se anuncia la vacuna.