La migración es una realidad, pero depende del manejo que se le dé esta pueda ser una oportunidad o un problema. Desde el Gobierno nacional hasta la sociedad civil y las empresas todos tienen parte en esa tarea de gestionar. En Villa del Rosario hay una destacable iniciativa que surge de la sociedad civil.
Son miles de rostros, de historias, de vidas, que migraron desde Venezuela. Una realidad con la que desde hace unos años es imposible no estrellarse en casi todos los rincones de Colombia. Así de contundente y compleja como imposible de ignorar.
En la frontera de Norte de Santander y Táchira, donde ir de aquí para allá y viceversa era tan natural como respirar, esta realidad se ha vivido de otra manera. Más intensa, difícil, pero solidaria y es que los lazos son irrompibles.
Lo saben en el megacolegio de la frontera, en Villa del Rosario. Allí estudian 1.600 niños, de los cuales 1.400 son de origen venezolano y 1.100 viven en Venezuela.
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“Nosotros en esta institución les flexibilizamos todos los requisitos para entrar. Se los llevamos a la más mínima expresión porque, lamentablemente, en el mismo departamento y en el mismo municipio había demasiadas inconvenientes para que un venezolano estudiara”, dice Germán Eduardo Berbesi, rector de la institución educativa La Frontera.
Una política que madres como Lizbeth Monsan agradecen. Jonathan es uno de sus cinco hijos.
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“Me emociona el hecho de que actualmente lo que es la educación está mucho más accesible a los migrantes y no es algo imposible. Todos somos humanos y todos tenemos derecho de poder vivir en algún lugar”, dice el pequeño.
Los que viven en Venezuela llegan a diario en estos buses donde se borran las fronteras.
En medio del abismo en que cayeron las relaciones binacionales, con los cierres fronterizos que hasta hace unas semanas agobiaron a esta región, un pequeño logro de la sensatez fue un corredor humanitario que las gobernaciones de lado y lado convinieron para poder transportar a los 4 mil niños y jóvenes que vienen a estudiar desde Venezuela a Colombia a diario.
“Nosotros generamos en el año 2018 más o menos 1.200 cupos para 11,000 solicitudes que hubo. Y la población que llega de Venezuela tiene algún familiar cercano en San Antonio, entonces no quiere ir hacia el interior de Colombia, no quiere ir hacia Cúcuta, sino quedarse en un punto pendular donde pueda estar entre Venezuela y Colombia”, agrega el rector.
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Prefieren quedarse en la parada, como le llaman a Villa del Rosario.
Otros no hacen parte de esa migración pendular, sino que de plano vinieron a hacer vida en el país, como Yheide Yepez, de 16 años, a quien la vida le cambió.
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“Mis papás daban dinero a los niños, ahora me tocó pedir a mí y reciclar”, dice. “Yo vine por un buen futuro, por un mejor futuro. Mi mamá pensó en eso, pero yo no entendí en ese momento que era por un mejor futuro porque era muy chica”, agrega.
A los 11 años a Yeidhe le tocó trabajar como recicladora y pasaba todos los días frente al colegio, preguntándose si algún día podría estudiar allí.
“Yo no pensaba en jugar, yo no pensaba en Navidad, yo no pensaba nada de eso, yo lo que pensaba era ‘hay que pagar esto, hay que pagar lo otro; voy a trabajar, voy a sacar de acá, voy a sacar de allá para colaborarle a mi mamá’”, relata.
Pero todo empezó a cambiar, su mamá consiguió trabajo y ella obtuvo cupo en la institución educativa La Frontera, en donde hoy es una de las alumnas más destacadas. Las oportunidades, dice, cambian vidas.
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“Yo amo mucho el estudio, me gusta sacar buenas notas, soy buena estudiante para poder ser alguien en la vida. Esto de ser alguien en la vida y que me gustan los estudios es gracias al trabajo que pasé, porque me di cuenta de que tenía que sacar a mi familia adelante y que las únicas herramientas que tengo para poder sacarlos adelante y ser una persona en la vida son mis estudios”, explica Yeidhe.
Ella hace parte del programa ‘Quédate en la escuela’ de la Fundación Comparte por una vida Colombia, que, bajo la batuta de dos venezolanas, Lala Lovera y Edith Silva, trabaja por los niños binacionales de esta zona vulnerable y olvidada.
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“Nosotros, estando en campo los últimos tres años, hoy en día podemos decir que la población proveniente de Venezuela, la población migrante y sus comunidades de acogida tienen una gran vulneración de derechos fundamentales como es el acceso a la educación, a la alimentación y a la salud”, dice Lala Lovera.
Por eso lanzaron el programa ‘Quédate en la escuela’ con ayuda de las directivas del instituto, los docentes y las autoridades locales y regionales para hacer del colegio un espacio seguro.
La iniciativa abarca varios aspectos. Lo primero, la nutrición.
“Medimos a todo el colegio antropométricamente, esto es talla y peso, y conocemos también como están sus niveles de hemoglobina para saber entonces, sin bandera, estamos hablando de 1.600 estudiantes sin bandera, quién es está en el riesgo de desnutrición o algunos índices de desnutrición”, indica Lovera.
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Y según esta medición, el 42% de la población escolar presentó algún nivel de desnutrición y el 62% está en inseguridad alimentaria.
Con fondos de cooperación internacional y de fundaciones como Live Aid, empezaron a llevarles raciones de comida a los estudiantes.
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El reto fue mayor y les llevaban kits de nutrición y las guías para estudiar hasta la casa.
“Y fue mágico. Nosotros entendimos el núcleo familiar, fuimos casa por casa donde fuimos recibidos con las puertas abiertas, pudimos entregar filtros de agua, pudimos fortalecer las rutas de wash que ya habíamos implementado antes de la pandemia”, agrega.
Como muchas instituciones educativas en el país, en el megacolegio La Frontera no había agua potable, un verdadero problema en medio de temperaturas que pueden alcanzar los 35 grados Celsius. La fundación puso el punto de agua segura y refrigerada.
Replicar el modelo ‘Quédate en la escuela’ en instituciones educativas de todo el país es el sueño de esta migrante que busca ser parte de la solución.
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